Mario Castillejos / Época de extremos

Un extremo es la ilusión hecha persona. Jugadores que habitan entre la raya de cal y el enemigo. Abren la cancha con la intención de ensanchar al rival.

En otros tiempos era poco menos que obligado jugar con dos aleros que aportaran rapidez, regate y desborde. A mediados la década de los años 70, se inventaron los falsos extremos hasta llegar a una época en la que encontrar un "ala" que desbordara resultaba complicado.

Luego llegaron los carrileros resguardados por tres centrales. Aquello eran un ir y venir de bandera a bandera, donde éstos ni producían al frente, ni defendían con propiedad atrás.

Pero con el nuevo milenio, volvieron los "wings" dotados de potencia, rapidez en carrera media, gambeta, cambio de ritmo, freno, verticalidad y, sobretodo, el aura de picardía. Por algo el sabio futbol los posesiona muy cerca de la tribuna.

El aún joven Apertura 2019 nos dota de una buena cantidad de estos malabaristas. Renato Ibarra, del América, por ejemplo, representa el mapa genético ideal. Ayer en la "Bombonera", en solitaria aventura, resolvió el juego.

Pero en el mismo encuentro, los rojos, que cuentan con otro excepcional wing en la persona de Felipe Pardo, al señor La Volpe le ganó el antojo de su táctica y optó por darles las bandas a sus carrileros, Chala y Salinas, ahogando buena parte de las cualidades de Pardo al jugarlo por dentro.

Recalco que ésta subespecie futbolística, en el mejor de los casos, juega de afuera hacia adentro, pero jamás del centro del campo hacia las bandas. Y si a ellos los sacan de su hábitat...

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