Un mensaje de aliento desde el 5 de octubre

AutorAriel Dorfman

Están equivocados. Tal vez en este momento crucial en que ya ha comenzado el proceso de "early voting" (la posibilidad de sufragar durante el mes anterior a las elecciones), sería bueno que a esos norteamericanos que se abstienen tan inconscientemente se les contara la historia de una elección diferente que se llevó a cabo 30 años atrás, en un país lejano en que también se decidía dramáticamente, como sucede hoy en la patria de Obama, el destino de su pueblo.

El 5 de octubre de 1988 se llevó a cabo en Chile un plebiscito que iba a determinar si el perverso general Augusto Pinochet, cuyo golpe militar de 1973 había derrocado al gobierno constitucional, seguiría en el poder por otros ocho años más (aunque todos sabíamos que era de por vida).

En esa ocasión parecía inverosímil que un tirano tan omnipotente y astuto pudiera perder una contienda que tenía todas las de ganar. Me acuerdo que muchos enviados internacionales (incluyendo un corresponsal del New York Times con quien conversé) creían que tal hazaña era imposible. Además de los militares y la policía, Pinochet controlaba el Ejecutivo y el Legislativo (había abolido ambas ramas del Congreso), y el amedrentado Poder Judicial. Sus cómplices civiles, una combinación de la vieja oligarquía y los "piranhas", nuevos y voraces millonarios advenedizos que se habían enriquecido gracias a las políticas neoliberales de los Chicago Boys, eran dueños absolutos de la economía y de los mayores medios de comunicación. Más intimidante todavía era el miedo que asolaba a Chile. ¿Cómo podía esperarse que hombres y mujeres que habían sufrido y presenciado ejecuciones, acosos, tortura y exilio durante 15 interminables años fueran capaces de superar un terror tan cotidiano como implacable? ¿Podría una población acostumbrada a callarse sacar la voz?

La respuesta me la dio una modesta y enjuta anciana en una población periférica del gran Santiago, un encuentro que ocurrió unos días antes del referéndum. Como miles de voluntarios pacíficos a lo largo de Chile, participé en un puerta-a-puerta que tenía por objeto informar a la gente acerca de sus derechos. Esa tarde, la señora respondió con cautela a mi presencia, sólo invitándome a entrar a su casa cuando estuvo segura de que nadie en la vecindad nos estaba acechando.

Viendo su desconfianza, le expliqué que nadie sabría nunca lo que ella había resuelto en la soledad de la cámara secreta. Durante un buen rato no respondió ni...

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