Mexicanos extranjeros

AutorFabrizio Mejía Madrid

Es el 29 de diciembre de 1941 y a La Paz, territorio de Baja California, van llegando cerca de 85 familias a pleno sol. Bajan de un ferry oxidado que dio tumbos, sobrecargado y durante dos días, entre Mazatlán y La Paz. Vienen con los zapatos rotos, envueltos en jorongos mojados, con huacales atiborrados de sus pocas cosas: ollas, sillas, un anafre, un retrato enmarcado, azadones. Son de Guanajuato, Que-rétaro, Colima, Jalisco, Aguascalientes y Zacatecas; son peones, sastres, albañiles, mecánicos. El capellán, el padre Zavala, les hace cantar cuando se encuentran en la catedral de Guadalajara frente a quien los ha convocado: Salvador Abascal, líder de la Unión Nacional Sinarquista:

Madre mía, me voy a California. Vengo a pedirte tu Santa Bendición. Lucharé para que sea de mi Patria este tan rico jirón.

Se sentían extranjeros en su propia tierra porque el gobierno cardenista había fundado una identidad que no era hispanista, ni católica, ni creyente en que cada quien debía aceptar su clase social y su jerarquía de casta. Al contrario, Lázaro Cárdenas había repartido la tierra, anunciado la educación socialista y afianzado el Estado laico. Para una organización que celebraba los natalicios de Iturbide, Lucas Alamán y Miramón, y escribía "Méjico", el país después del cardenismo debió pare-cerles otro. Ante esa derrota del tradicionalismo, Abascal pactó con el presidente declarado "creyente", Manuel Ávila Cama-cho, que el gobierno les diera una porción del territorio nacional, lejos de los demás mexicanos que ahora eran "comunistas" y "anarquistas" ("sinarquismo" significa "con el orden"). El lugar asignado fue la Bahía de Magdalena, bajo la administración de Francisco J. Múgica. Hay que entender que el gobierno del territorio de Baja California estaba en manos de uno de los generales más radicales de la Revolución mexicana, autor del artículo constitucional que protegía a los trabajadores. Ahí mismo llega Salvador Abascal quien, en su autobiografía de 1980, señala como su ideal "el regreso de Cristo y María a los palacios de gobierno, a la letra de las leyes y a las escuelas públicas". La forma de lograrlo, dice, "Es curar a todos de sus pasiones".

Tras cantar el Himno Nacional con el saludo "romano" -el de Hitler y Mussoli-ni-, el 2 de enero de 1942 esta caravana de mexicanos, extranjeros en su propio país, emprende la caminata hacia el Valle de Santo Domingo para realizar su sociedad utópica: una patria católica, panhis-pánica y de lengua...

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