México hipnotizado II

AutorFrancisco de P. León

En la experiencia histórica es común observar que esta acrítica conducta, impregnada de un tufo de fundamentalismo religioso, contagia a los recién empoderados, quienes, inflamados por la inspiración de su alta vocación transformadora -luego de encabezar una ofensiva heroica contra el sistema y los vicios de un Estado delincuente-, abrazan una cruzada incontestable de verdades sin contrapesos, que evolucionan hasta construir la sospecha y extrañamiento de estar frente a un líder transformado. Éste, si bien todavía investido por el halo libertario de su lucha, en realidad, en los hechos, sin darse cuenta, inexorablemente transita desde el difícil camino de la izquierda militante hasta abrazar las mejores prácticas de la ultra-derecha más acabada.

En este estado, no es infrecuente observar una conducta dual del novel gobernante, quien, si bien en el discurso encarna los valores más apreciados de la izquierda progresista, frente a la realidad de los poderes fácticos que se imponen para obstaculizar y contrarrestar su utopía, su activismo cede y se torna de pronto simultáneo a camuflar su administración autoritaria, orientada (sin darse cuenta ni desearlo) a privilegiar secretamente a las élites.

El problema ulterior es que este fenómeno, típicamente escala el camino de construir una administración totalitaria, dejando en el aire social una sensación de desazón desconcertante que obliga even-tualmente al pueblo que lo apoya a revisar la integridad y congruencia original del espíritu del otrora candidato.

Esta inquietud abre la puerta a la emergencia de una errática atmósfera mediática de sospechas, de dimes y diretes, que al escalar el poder reacciona y la contrarresta con la socorrida estrategia de enfrentar a ricos y a pobres, a protestantes y católicos, a indígenas y mestizos, a liberales y conservadores, sembrando en el camino una semilla envenenada que -en un país heterogéneo de clases, reivindicaciones y culturas- pudiera eventualmente desembocar en la fractura de la unidad de la nación que se administra.

Así, el culto a la personalidad, elevado a la temperatura irracional del fanatismo, en el terreno de la experiencia le termina haciendo un flaco favor al dirigente, quien, ante la capitulación manifiesta de sus huestes para ejercitar la responsabilidad crítica y correctiva de su régimen, al final contribuye a restar eficacia -en lugar de acreditar- el quehacer cotidiano de su líder.

El mensaje contundente de la historia es que la crítica y apertura a la diversidad del pensamiento...

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