Microbús / ¿De quién es la ciudad?

Así, sin pensarlo mucho, yo diría que la ciudad es de todos. De hecho, así lo ha proclamado el gobierno desde hace muchas décadas. Sin embargo, sucede que cada día es más difícil creerlo. A mí, por lo menos, hace un buen tiempo que me abandonó esa protectora sensación de que era yo habitante de una ciudad que, de algún modo, me pertenecía, me comprometía y me invitaba a cuidarla y a disfrutarla. De un tiempo a esta parte, salgo a la ciudad y siento como si estuviera en alguna zona minada, o en territorio comanche; y les aseguro que no soy paranoico, más bien peco de lo contrario y soy aterradoramente distraído. En mi círculo familiar; en ese más amplio círculo que forman mis amigos y en esa enorme circunferencia formada por lectores y personas que tienen la gentileza de acercarse a saludarme, o decirme algo; en esos tres ámbitos escucho todos los días historias terroríficas de asaltos, de secuestros, de complicidades entre taxistas y ladrones, o entre taxistas, ladrones y policías. En esas condiciones ¿quién, salvo los rateros, puede considerar la ciudad como suya? Por dar un caso entre millones, les puedo contar de mi amigo Miguel; él se dedica a la música y tiene que trabajar muchísimo para sobrevivir día a día; estoy hablando, además, de un excelente músico que, en un mundo menos ingrato, ganaría mucho mejor y tendría un mayor reconocimiento a su buen oficio y a su talento. Aquí, como ya les decía, se conforma con sobrevivir. Bueno, pues la otra noche salió Miguel de "La Planta de Luz" un antro aceptablemente decente, donde sábado a sábado, organizamos un espectáculo musical cuya calidad depende en mucho de Miguel. Normalmente Miguel no cena con nosotros, sino que encarga unas empanadas que, por extrañas razones, son su debilidad y se las lleva para compartirlas con su esposa. El buen Miguel recogió sus empanadas, salió, tomó un taxi y se dirigió a su casa. Cuando llegaron y mientras Miguel pagaba, dos personajes irrumpieron violentamente en el taxi. Al taxista lo...

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