El miedo se respira en Jerusalén

AutorBeatriz Lecumberri

JERUSALÉN.- Vivir en Jerusalén puede ser un privilegio, un castigo, un gesto de resistencia, una expresión de nacionalismo o un acto de fe, pero jamás sinónimo de una existencia anodina. Israelíes o palestinos, creyentes o ateos, la Ciudad Santa no deja a nadie indiferente. Su historia apasiona, su intensa luz deja sin aliento; el discurso de sus habitantes atrapa al visitante y el conflicto que se respira en cada esquina cuestiona a quienes pisan sus calles milenarias, donde se mezclan peligrosamente religión, lucha por la tierra y complicados juegos políticos.

Basta un paseo por su casco antiguo para caer en la cuenta de que Jerusalén, en la que intentan convivir israelíes y palestinos, es extrema, compleja e intensa. Al Quds, como la llaman los palestinos, que en árabe quiere decir "La Sagrada", es efectivamente santa para las tres religiones monoteístas: islam, judaísmo y cristianismo.

En las calles de esta ciudad histórica, y a escasa distancia una de otra, se encuentran la iglesia del Santo Sepulcro, donde -según la tradición- Jesucristo fue crucificado; la mezquita Al Aqsa, tercer lugar santo para los musulmanes, y el Muro de las Lamentaciones, vestigio del segundo templo de Jerusalén destruido en la época romana.

Miles de fieles de todo el mundo rezan en estos lugares cada día o los veneran a distancia, lo cual convierte la ciudad en un punto del mapa disputado e hiper-sensible en el corazón del conflicto entre israelíes y palestinos.

Para los judíos, Jerusalén es su capital eterna e indivisible. El discurso del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, del pasado miércoles 6 viene a darles la razón. Por su parte, los palestinos, quienes representan 35% de la población de la ciudad, sueñan con un Estado que tenga Jerusalén Oriental como capital, idea que ha sido plasmada en los borradores de todos los acuerdos de paz de los últimos 20 años.

Por ello, escuchar a Trump reconociendo toda Jerusalén -y no sólo el oeste de la ciudad- como capital de Israel es un balde de agua fría sobre las aspiraciones palestinas.

Horas después del discurso de Trump, en una Ciudad Vieja lluviosa y triste, el pesimismo y el hartazgo palestinos se reflejaban en cada rostro, en cada discurso.

"Estamos cansados, muy cansados. Nadie nos ayuda, sólo Dios. Y vivimos repitiendo: 'Tal vez mañana todo irá mejor'. Mi padre desde 1940 decía que las cosas podían mejorar. Murió hace nueve años y seguimos diciendo que las cosas pueden ir mejor mañana. Pero nada...

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