Cuando Miguel Ángel se fue...

AutorVicente Leñero

Conocí personalmente a Miguel Ángel Granados Chapa al comenzar los años setenta. Trabajaba yo en la revista Claudia de Editorial Mex-Abril -una empresa de Novedades asociada con Abril de Argentina y Brasil- y quien ya era entonces encargado de la subdirección editorial de Excélsior fue a proponerme, a nombre de Julio Scherer García, la dirección de Revista de Revistas. La cooperativa del periódico había decidido una renovación más del antiquísimo semanario que precedió en el tiempo a la fundación de Excélsior, y pensaron en mí como un posible responsable de hacer de R de R una publicación más moderna, más versátil, más atenta a las realidades del país.

Nunca supe -lo ignoro aún- si la idea de jalarme para Excélsior fue de Julio o de Miguel Ángel. Para el caso es lo mismo.

Dudé. Me dio miedo. El compromiso se me antojaba enorme.

Parco como siempre, Miguel Ángel no intentó convencerme con un discurso diti-rámbico. Se limitó a describir esa decisión de renovar Revista de Revistas y situarla al nivel de un Excélsior que representaba entonces -con la dirección de Scherer García- un modelo de diarismo mexicano. Yo contaría para mi trabajo con todo el apoyo estructural e informativo del periódico, además del suyo propio: el de Miguel Ángel.

-Antes de aceptar -dije trémulo- tendré que pensarlo, hablar con mi mujer, medir mis capacidades. Luego iré con el señor Scherer. A ver qué decido.

-Si hablas con don Julio no podrás decirle que no -anticipó Miguel Ángel con una risita pícara.

Terminé diciendo sí y propuse, como punto de partida, elaborar un proyecto de semanario para ver si lo aceptaban. Como no contaba aún con un espacio propio en oficina alguna, Miguel Ángel puso a mi disposición, generosamente, su propio escritorio de la subdirección editorial. Yo empecé a trabajar en él por las mañanas; Miguel Ángel lo usaba sólo en las tardes. Así fue en el par de meses que tardé en elaborar el proyecto: el mismo tiempo en que empezó a forjarse nuestra amistad.

Lo admiraba muchísimo. No sólo por su inteligencia innata y esa memoria prodigiosa que asociaba yo con la de Juan José Arreola, sino por su extrema generosidad y la incondicional disposición a proporcionarme consejos, tips y comentarios sobre ese plan que poco a poco iba creciendo. Tal disposición, tal apoyo, se prolongó luego al nacer la revista con la contribución de reporteros, formadores y colaboradores que el propio Miguel Ángel me ayudó a conseguir.

Sin él, sin su asistencia vigilante...

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