El misterio cubano

AutorXavier Guzmán Urbiola

Finalmente vino otra andanada de llamadas telefónicas y, de nuevo, en una postrera se le conminó a presentarse en la isla. Ella viajó en enero de 1965. Esta vez no sería escuchada. La sensatez ya no prevalecía. Apenas pisó suelo cubano, en esta segunda ocasión, la apartaron y procesaron. No es claro si después Proenza vivió bajo arresto domiciliario unos meses, según los recuerdos de Aurora Velasco, o tres años, según Martha Toriz, David Corn y Gus Russo. Lo cierto es que a partir de ser sentenciada la condenaron a permanecer en Santa Clara, provincia de Las Villas, y a cumplir su reclusión bajo la mirada atenta de un guardia. De nada le sirvió su aura, la atmósfera inmaterial que la rodeaba por el hecho de haber sido secretaria de Diego Rivera y tener acceso a Lázaro Cárdenas, Alfonso Reyes, Carlos Pellicer, Pablo Neruda y tantos destacados personajes más. Con valentía acató las decisiones del Partido.

Más allá de los rumores e interpretaciones, es posible suponer que no hubo nexo alguno entre el gobierno cubano, su ideología e intereses, y el asesinato de Kennedy, y no lo hubo, porque el magnicidio del presidente en nada los benefició, como sí en cambio sucedió a la industria bélica estadunidense. De hecho, como señala sarcásticamente Guillermo Sheridan, ni siquiera quedaba claro quién lo mató ni por qué. Lo que hoy es evidente, por si hubiese dudas, es que a los cubanos les interesó demostrar que no habían tenido nada que ver en aquella muerte y, asimismo, que estaban dispuestos a castigar toda relación, aunque hubiese sido mínima o ficticia, entre cualquier cubano y Lee Harvey Oswald durante el 26 de septiembre y el 3 de octubre...

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