El misterioso y fascinante hallazgo de Munich

AutorYetlaneci Alcaraz

BERLÍN.- "Todas las transacciones fueron hechas siempre con un espíritu amistoso y sé muy bien que, a diferencia de otros comerciantes de obras de arte, no me temían y fui catalogado de diferente forma. Me parece que el mercado estaba atónito por los precios tan elevados que yo pagaba, y de lo cual me burlaba. Pero como yo tenía un deseo tan fuerte por adquirir tantos objetos como fuera posible para el museo de Linz, nunca regateé y siempre pagué el precio."

Con estas palabras el comerciante alemán de arte Hildebrand Gurlitt describe cómo cumplió la encomienda que en 1943 le asignó el régimen nazi: adquirir obras de arte para formar la colección del Führer-Museum de Linz -el Museo del Führer-, el ambicioso proyecto cultural de Adolfo Hitler que al final no llegó a concretarse.

El sueño del führer era reunir en una gran colección lo mejor de los grandes maestros de los siglos XV al XIX de Alemania, Italia y Holanda, y luego, tras la "victoria final", exponerla permanentemente en un gran complejo museístico que sería construido en Linz.

El verano de 1939, apenas unas semanas antes de que estallara la guerra, creó una comisión especial que se encargaría de obtener las obras de arte necesarias para la colección. Esta comisión aprovecharía las condiciones en extremo frágiles y precarias en que, tras el avance nazi, se encontraban muchos coleccionistas y museos de los territorios ocupados para adquirir los tesoros a precios irrisorios, o incluso para apoderarse de ellos por la fuerza.

Gurlitt fue uno de los mercaderes de arte que tuvieron esa tarea y es también el personaje clave en el caso de las mil 406 obras de arte escondidas por décadas en un departamento de Munich, Alemania, y que el semanario alemán Focus dio a conocer el lunes 4.

La revelación de la existencia de estas obras que se creían pérdidas destapó, a su vez, una serie de situaciones propias de un thriller: un tesoro artístico cuyo origen y propietarios originales se desconocen; un presunto dueño, el hijo de Gurlitt, del cual se ignoraba su paradero; un grupo de descendientes de víctimas del holocausto indignados que reclaman lo que podría ser de ellos; un gobierno, el de Angela Merkel, rebasado por los acontecimientos, y la historia de un hombre, Hildebrand Gurlitt, que como muy pocos durante el terror nazi jugó dos cartas: la de víctima y la de beneficiario.

En la declaración firmada bajo juramento que hizo del 8 al 10 junio de 1945 ante el teniente Dwight McKay, de la Armada de Estados Unidos, y cuya copia tiene Proceso, Gurlitt detalla sus actividades como corredor de arte del Tercer Reich.

Además, habla de los jugosos dividendos que este trabajo le dejó y, distanciándose siempre del régimen, aporta detalles sobre la rapiña nazi.

CORREDOR DE ARTE

Nacido en la ciudad de Dresde, en septiembre de 1895, Gurlitt provenía de una familia muy instruida y con clara inclinación artística: el padre...

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