El mito de la droga

AutorJavier Sicilia

La droga, un poder de la naturaleza, siempre ha estado allí. Ha acompañado a la humanidad a lo largo de su existencia y ha tenido siempre un lugar, generalmente sagrado, en las sociedades. Pensemos en el hongo, en el peyote, en la misma mariguana de las culturas amerindias; pensemos en las exploraciones interiores que su uso permitió no sólo en el arte -Baudelaire, Michaux, Artaud, Paz, Castañeda, Huxley, Gins-berg-, sino en la salud -los usos terapéuticos en los cancerosos terminales que realizó Stanislaf Groff con LSD, o la manera terapéutica con la que Iván Illich utilizó el opio para afrontar su enfermedad, o las decenas de enfermedades que la mariguana puede curar. Los misterios de Eleusis, esa fiesta iniciáti-ca de la Grecia antigua dedicada a De-méter, tenían en su centro un brebaje que permitía ver la verdad.

En un libro espléndido, Camino a Eleusis (FCE, 1993), el químico sueco Al-bert Hofmann, el etnobotánico estadunidense Gordon Wasson y el filólogo A. P. Ruck, también estadunidense, fueron en pos de ese brebaje. Encontraron que su constitución podía haber sido fruto del hongo del cornezuelo que crece en algunos cereales y produce la enfermedad del ergotismo -"el fuego de San Antonio" o "el fuego del infierno"-, que azotó duramente a los pobres en la Edad Media. Según ellos, una de sus partes, la amida del ácido D-lisérgico (LSA) -un precursor de la dietilamida del ácido lisérgico (LSD)-, responsable de las alucinaciones del ergotismo que concluían con la gangrena y la muerte, fue aislada para producir el brebaje. Encontraron también que probablemente la profunda alegoría de "la caverna de Platón" (Libro VII de La República), quien alguna vez en su vida participó de esos misterios, fue fruto de la experiencia con la pócima de Eleusis.

Si esto es verdad, toda la metafísica de Occidente, incluyendo la interpretación que permitió comprender de manera filosófica las experiencias de la mística cristiana, nació de un "pasón".

No veamos en esto una puerilidad. La droga es, como he dicho, un poder, como el átomo, como el alcohol. Por ello, sociedades más ricas espiritualmente que la nuestra la exploraron, la dominaron y le dieron un lugar sagrado al cual sólo podía acce-derse de manera iniciática y acompañado de un guía. La droga, decía Baudelaire, es una manifestación de nuestro amor por el infinito. Es también, y por lo mismo, decía Octavio Paz, repugnante para mentalidades prácticas y puritanas, que la califican de nociva y antisocial...

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