El monopolio de la moralidad

AutorAgustín Basave

El demócrata es rara avis. Un político, por definición, está convencido de tener la mejor propuesta y suele tener un ego muy robusto. En el extremo están quienes juzgan que su ruta es la única válida y despliegan una egolatría de dimensiones bíblicas. Son los que construyen gobiernos autoritarios o, peor aún, autocracias de rasgos monárquicos. La premisa de la monarquía absolutista era el derecho divino del rey para mandar sin más límite que su propio juicio; el Estado era él, y su voluntad era la de sus súbditos. El autócrata es para efectos prácticos uno de esos monarcas pues, si bien su autoridad no emana del linaje sino de la popularidad, se asume soberano: la soberanía emana del pueblo, pero al pueblo lo interpreta él. El pueblo es él.

Veamos el caso del presidente López Obrador. Creencia 1: AMLO dice ser un firme partidario de la democracia, admite que hay visiones y posturas distintas a las suyas y presume respetar la libertad de expresarlas. Santo y bueno. El problema es que luego agrega que en realidad sólo existen dos ideologías, el liberalismo y el conservadurismo, y que los conservadores -que en México son todos los que discrepan de él- son corruptos. El ingrediente moral deturpa el razonamiento: ¿cómo van a tener sus opositores el mismo derecho y la misma legitimidad que él para gobernar si representan el imperio de la corrupción?; ¿cómo reconocer la victoria del conservadurismo -es decir, de cualquier cosa que no sea una calca del actual gobierno- si lo abanderan traidores a la patria que han hundido al país? Creencia 2: En los hechos, AMLO se supone infalible. Nunca ha aceptado un error, ni en sus fines ni en sus medios. Rechaza el menor ajuste a la 4T -militarización, aeropuertos, refinerías y trenes incluidos-y en plena emergencia pandémica se niega a postergar obras para paliar la crisis. La egolatría refuerza la concentración de poder: él decide los más nimios detalles porque otros pueden cometer yerros.

La inquina contra el Instituto Nacional Electoral emana tanto del resentimiento como de las falencias democráticas de AMLO. El INE no ha sido siempre un dechado de imparcialidad, pero a él no le irrita la parcialidad cuando es a su favor, como a menudo ocurre en el Tribunal. Y es que, claro, ningún mexicano bien nacido puede oponerse al lopezobradoris-mo, que equivale a negarle a México su redención. Ojo: oponerse no a una mejoría o a un avance del país, sino a la única posibilidad de sublimarlo...

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