Monsiváis (una N. de la R.)

AutorFabrizio Mejía Madrid

A los 13 años ayuda a su tío a repartir volantes a favor de Miguel Henríquez Guzmán, el candidato cardenista que osa enfrentar al PRI alemanista. Les hacen fraude electoral y son masacrados en La Alameda el 7 de julio de 1952. "La derrota y la represión", escribe, "representan mi ingreso al escepticismo y el desencanto". Tras un breve paso por un club que llevara el nombre de un comunista brasileño (Luis Carlos Prestes), decide que lo suyo es "el socialismo sentimental":

John Reed, Upton Sinclair, las brigadas internacionales en ayuda de la República en España, y las huelgas de pizcadores que narra John Steinbeck. Ya en la Prepa Uno, la de San Ildefonso, se abate por saberse de "una generación-puente": "Sigo viviendo el desenfado como meta y no, de modo natural, como punto de partida" (Amor perdido, 1980).

A falta de círculos marxistas y cine-clubes, la didáctica sensible de lo épico (la del sexo está marcada por el vestido entallado de María Victoria y el mam-bo) está en los discursos de la logia masónica 18 de Marzo, donde se sigue aplaudiendo el fusilamiento de Maximiliano y denunciando la excomunión del padre Hidalgo. Pero lo que lo lleva a la escritura del presente, a la filosofía del instante, será el golpe de Estado en Guatemala de la United Fruit Company contra Jacobo Arbenz. De inmediato, Luis Prieto, Sergio Pitol, Alejandro Pera-za y José Guerrero se autoconstituyen en Comité Preparatoriano y marchan al lado, o atrás, de Diego Rivera, Frida Kahlo llevada en una cama, y Carlos Pe-llicer, por Cinco de Mayo. De esa marcha surge la primera crónica de nuestro conmemorado que, por publicarse en la hoja de los estudiantes de Prepa Uno, carece de extracto citable. En su lugar, citemos su autobiografía de 1966 (N. de la R.: que le ha dado ínfulas al doliente para atreverse a escribir sobre la infancia y juventud del personaje): "Me conmovía entonces, como lo sigue haciendo, la actitud de la mayoría de esos hombres y mujeres convencidos de su eficacia, a pesar de todas las pruebas aportadas en contra por la reaccionaria realidad".

Lo épico no será, desde ese momento, lo conseguido, sino lo luchado, a pesar y justo por la derrota previsible. Así serán los sesenta narrados en Días de guardar, entre la visita de Jim Morrison a las pirámides teotihuacanas, la imposibilidad del ser moderno en un café-galería de la Zona Rosa, y la Marcha del Silencio en 1968. Ahí, los ejércitos de la noche no se le aparecen a un Norman Mailer ebrio de ego...

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