Monterrey de mis recuerdos

Las nuevas generaciones no conocieron el centro de la Ciudad antes de la Macroplaza, y las que les precedieron añoran las postales que dijeron adiós con la modernidad.

Cuando inició la construcción de la Gran Plaza en 1982, se pretendía regenerar el corazón de la urbe, lleno de casas antiguas y vecindades -algunas abandonadas-, negocios, centros nocturnos y callejuelas angostas.

Y aunque el rostro de Monterrey se transformó con esta obra, en la que podría caber cinco veces el Zócalo de la Ciudad de México, y casi dos veces la Plaza Roja de Moscú, también disolvió una estela de recuerdos que bien vale traer a la memoria al conmemorarse ayer el 418 aniversario de su fundación.

¿De qué se acuerda usted?

Uno de los paseos familiares era la Fuente Monterrey, en Zaragoza y Allende, platica el historiador Carlos González Rodríguez.

"Había chorros de agua iluminada por focos de colores, un puente y miradores. Al fondo, el mural de pequeños mosaicos de Joaquín A. Mora, alusivo a la Fundación".

Antes, en ese mismo espacio había una compañía de baños y, luego, la enorme Alberca Monterrey, única en el mundo en el centro de la Ciudad y de agua clarísima que provenía de los Ojos de Agua de Santa Lucía.

Enrique Espino Barros, autor de el libro Monterrey de mis Recuerdos, añade que medía 45 metros de largo por 30 de ancho y se utilizaba en competencias, aunque también iba mucha gente a nadar.

"De eso nada más quedó el mural, y le añadieron la escultura de Diego de Montemayor señalando hacia donde habrían llegado los primeros pobladores. Está a un lado del Congreso", apunta sentado en un sofá de su casa en la colonia Contry, mientras sostiene una foto de la Alberca, con un gran resbaladero y jóvenes disfrutando de un chapuzón.

Casi frente a la Fuente estaba la discoteca Esquina Básica, con casetas en las que se podían escuchar los discos que se adquirían en el local y los que llevaban los clientes.

También se acostumbraba pasear por la plaza del Palacio Federal, para disfrutar un helado y sentarse en las bancas.

"Por Zaragoza estaba la cerrajería de don Ángel Giacomán, quien vendía, además, cortauñas, tijeras, artículos de ferretería, y como era cronista taurino, su establecimiento era punto de reunión de toreros", platica Carlos en su oficina, en la segunda planta de una casona antigua del centro de la Ciudad.

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Otros espacios que desaparecieron en la bulliciosa calle Zaragoza fueron el Cine Atenea y el Teatro Independencia, que se convirtió en Cine Rex y...

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