Morelos, la nueva punta del iceberg

AutorJavier Sicilia

La llegada del perredista Graco Ramírez no solucionó el problema. Lo ahondó. Aunque desde el inicio de su mandato tenía una clara radiografía de esos vínculos, no actuó en consecuencia. Recuerdo, en este sentido, el diagnóstico que Alberto Cape-lla me hizo cuando en 2014 fue nombrado comisionado estatal de Seguridad Pública. A mi pregunta: "Explícame, Alberto, cómo es posible que Morelos, el segundo estado más pequeño de la república, que no es Guerrero, Veracruz, Michoacán o Jalisco, que puedes recorrer en un día, tengamos los índices delictivos que tenemos", Capella respondió: "Mira, en el norte, los cárteles se mueven como células paralelas del Estado que presionan y corrompen a los gobiernos con un poder armamentístico descomunal. Aquí, en cambio, los criminales están en el mismo poder. Son alcaldes, diputados, regidores, que controlan las policías".

No sólo Graco Ramírez ha hecho acusaciones públicas de ellos -sin que, por desgracia, haya desplegado un trabajo de inteligencia policiaca para procesarlos-; el propio Capella enfrentó y acusó al anterior fiscal, Rodrigo Dorantes -el mismo que creó las fosas de Tetelcin-go donde hay enterrados 150 cuerpos, la mayoría sin identificación-, de "opacidad, perversión y falta de transparencia". Sin embargo, lejos de investigarlo y llamarlo a cuentas, se le premió, a instancias del gobernador, como delegado de la PGR en Durango.

Contra su diagnóstico y la focalización del problema, Graco y la clase política han reducido el asunto a una cuestión de policías y ladrones, es decir, a un tema de delitos comunes. Graco cree, a pesar de tener un buen diagnóstico de la enfermedad, que un mando único -depositado en la figura de Capella- resolverá un cáncer que está en los huesos del sistema. Sus detractores políticos, por el contrario, consideran que es reforzando las policías municipales como el cáncer sanará. Empero, como sucede cuando se ataca el síntoma y no la enfermedad, el resultado es el agravamiento del cuerpo social.

Mientras Graco Ramírez y el recién llegado presidente municipal de Cuerna-vaca, Cuauhtémoc Blanco, discutían airadamente por el control de la policía y de las balas, a escasos 15 kilómetros de la capital del estado, la también recién llegada alcaldesa Gisela Mota era asesinada en su casa de Temixco. De nada sirvió que Te-mixco estuviera bajo el control del mando único, como de nada sirvió, en el pasado, que los 33 municipios...

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