La muerte

AutorJavier Sicilia

La muerte es terrible. Es la destrucción de nuestro orden natural. La separación violenta de lo más propio de nosotros: nuestros sentidos. Quienes, en nombre de una fe intoxicada de magia, afirman que la muerte es una bendición y no es aterradora, o bien no saben lo que dicen o se niegan a mirar la realidad. Incluso para el propio cristianismo, la muerte es, como consecuencia del pecado de origen, espantosa. Supone, decía Iván Illich citando a Santo Tomás, "que nuestra alma, hecha para conocer y amar, a través de un cuerpo, estará sin más ni menos a merced de Dios (de lo conocido desconocido) privada del apoyo de sus sentidos", de su carne.

Nuestra sociedad, que ha perdido la trascendencia y su tremendo misterio, procura no pensar en ella, apartarla de su conciencia: la muerte les sucede a otros. Sin embargo, desde hace más de 10 años la muerte nos cerca a través de la violencia criminal, y, desde hace un año, de la pandemia. La muerte ha ido ocupando todo. Está en los familiares y los amigos asesinados, desaparecidos, enfermos o intubados; está en los noticiarios, en la conversación cotidiana, en los hospitales, en los tanques de oxígeno, en los cubre-bocas, en las superficies, en el confinamiento, en la carne y la presencia de los otros. Está en el pan, la leche, el corazón y la memoria. Nunca, quizá, como ahora, la muerte se ha vuelto una realidad cotidiana; nunca, quizá, ha estado tan mezclada con el acontecer de la vida.

No se trata, por lo mismo, de la muerte que, pese a su injusticia, se espera como consecuencia de haber vivido, sino de lo que Albert Camus definió como "lo arbitrario humano" -la muerte generada por la violencia de los hombres- y "lo arbitrario divino" -aquella que produce el mal que nos sobrepasa: los terremotos, las epidemias-. Ambas son más absurdas que la muerte a la que nuestra propia vida nos destina. Son la irrupción de lo inesperado en el centro mismo de un mundo que lo había limitado mediante leyes, controles, programas de protección. Pensando en ello, Camus escribió una novela conmovedora, La peste. En esa alegoría de lo arbitrario humano y divino, Camus, además de describirnos el sufrimiento y la impotencia frente a lo absurdo, muestra a un puñado de seres luchando contra él, no para erradicar la muerte -es imposible-, sino para contenerla, para disminuir su presencia y su sufrimiento, para volverla otra vez extraordinaria en la cotidianidad de la vida.

No es otra cosa lo que, en el caso de lo arbitrario...

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