En familia, seis mexiquenses, de Chimalhuacán, trabajan para convertir el papel reciclado en obras de arte que visten a la Ciudad de México cada noviembre.
Más que un sustento, los Rodríguez Sánchez han encontrado en las catrinas, elaboradas de desechos de papel taple, el puente entre su vena artística y su unión familiar.
"Lo traigo en la sangre, mis papás se dedicaban a esto, pero yo me desentendí y me volví vendedor por comisión, nunca veía a mi familia, salía a las 5 de la mañana y regresaba a las 11 de la noche", dice José mientras los ojos se le iluminan al hablar de su pasión y cómo las artesanías le dieron las llaves de su primera casa.
Él y toda su familia venden catrinas, que no parecieran ser de papel por el cuidado con el que son elaboradas, a base de engrudo y mucha agua.
"Nos fijamos hasta en la pintura que tiene que ser de marca. No por ahorrarme unos pesitos voy a dejar mal al cliente, por eso me compran tanto, tan así que he tenido que negarme a varios pedidos porque ya no me da tiempo y esto es artesanal", dice mientras observa a sus dos hijos.
A la izquierda de José, su nuera Antonia elabora los artefactos que dan más realismo a las figuras: cuchillos para los carniceros o violines para una orquesta.
En el otro extremo, el hijo mayor, Pedro, perfila los detalles de una máscara más grande que él. Pese a no tener volumen, su creación toma forma de calavera con cada pincelada.
José explica cada detalle de un trabajo en el que, entre pinturas, telas y cartones, él es el líder y pilar de algo más grande que un taller de esculturas, gracias al trabajo en equipo de una familia en Chimalhuacán.
"Aquí lo que sobra es trabajo, lo que...