Los muertos

AutorFabrizio Mejía Madrid

El país que emerge de la Revolución Mexicana es una comunidad de enemigos. La Virgen de Guadalupe y la Constitución de 1857 fueron los símbolos de esa imposible unidad y convivencia de los enemigos, fueran "gachupines", monárquicos que trajeron a Maximiliano o bandos revolucionarios contrarios en la fiesta de las traiciones. Pero el rescate de la calaca juguetona funciona para el régimen del Partido Único: en la muerte somos iguales; en el mundo de los muertos se terminan los enemigos.

La solución de Diego Rivera será la misma que la del retablo barroco: en sus murales caben obreros y capitalistas, za-patistas, juaristas, y conservadores. Y hasta una que otra prostituta que brinda entre un general y un cura. Lo que armoniza la muerte es el olvido de que México es un país de enemigos que procrean. El nacionalismo mexicano se hace gastronómico: la calavera de dulce y el pan en forma de huesos evocan casi infantilmente las derrotas y los muertos de las invasiones extrajeras, la Revolución y la Guerra Cristera. A lo que Lomnitz llama "una reciprocidad negativa" -es decir, una tregua siempre provisional entre enemigos-, siempre con el telón de fondo de la cercanía del desenlace fatal.

Como ideología, la nacionalización de la muerte es la posibilidad de que los poderosos asesinen; total, los mexicanos desdeñan la muerte, la vida no vale nada. Del lado de los dominados, la muerte se usó como una forma de ejercer la crítica de los vivos. Desde finales del siglo XVIII y hasta muy entrado el siglo XIX, las "ca-laveritas", es decir, las oraciones fúnebres que condenan a los políticos, jueces, sacerdotes y personas públicas, hermanan la idea del Juicio Final a la rima de la opinión crítica. Pero es Diego Rivera el que se apropia de la calavera con un triple sostén: el nuevo arte muralista "más poderoso que la guerra y más duradero que la religión" tiene a las esculturas precolombinas como modelo universal de armonía formal, al arte popular -llamado despectivamente "de pulquería"- en relación con los artesanos y su vida como método de trabajo "auténtico" y, por último, la figura de la muerte como igualadora de todas nuestras contradicciones.

El redescubrimiento de un grabador olvidado, José Guadalupe Posada, le sirve a Rivera para enfatizar su idea del nuevo arte de la Revolución. Breton dirá de Posada que es "el inventor del humor negro en las artes visuales". Rivera, por su parte, detallará tres particularidades del grabador de calacas: su taller...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR