Murallas

AutorFabrizio Mejía Madrid
  1. - Me entero que Luis Eduardo Aute murió. De una complicación del correr de la sangre. Recordé la última vez que nos vimos, en junio de 2010, en Zacatecas. Iba a presentar su libro Animal Hito y necesitábamos un cigarro. La iglesia de Santo Domingo, recién restaurada, iba a funcionar como auditorio y, desde temprano, se había formado una fila de entusiastas de sus canciones para escucharlo. Por seguridad de Aute, ateo como Joaquín Sabina, los organizadores nos encerraron detrás del púlpito desde una hora antes. Y empezamos a necesitar un cigarro, así que nos adentramos en la iglesia y descubrimos que en una sala que todavía olía a pintura se amontonaban estatuas de ángeles, el brazo musculoso de alguien -Aute opinó que era de Moisés-, varios Cristos en sus cruces urgidos de que alguien los descolgara. Delante de una virgen recogida en oración, Aute subió las cejas, sacó la cajetilla de cigarros y me pidió un encendedor. Nos pusimos a fumar uno, dos, tres, en cadena.

    -Es nuestro incienso -justificó, cómplice.

    En los cuartos de junto se escuchaban el arrastrar de sillas, el abrir de paquetes de botellas de agua, las pruebas de sonido: uno, dos, tres. Más afuera, el tumulto de los que preparaban sus celulares para grabar y su ánimo para cantar. De sus poemigas, recuerdo aquel: "Por amor, mi mujer me tiene tajantemente prohibido enamorarme de ella". De sus poemas, el que atiza contra sus contemporáneos:

    Y ahora que ya no hay trincheras el combate es la escalera y el que trepe a lo más alto pondrá a salvo su cabeza aunque se hunda en el asfalto, la Belleza... Míralos como reptiles, al acecho de la presa, negociando en cada mesa maquillajes de ocasión, siguen todos los raíles que conduzcan a la cumbre, locos por que nos deslumbre su parásita ambición. Antes iban de profetas y ahora el éxito es su meta, mercaderes, traficantes, más que náusea dan tristeza, no rozaron ni un instante la Belleza.

    Le pregunto si va a cantar. Suspira el humo por la nariz y explica que quiere hablar de sus textos poéticos, de cine y de historietas y que, para lograrlo, ha urdido un plan:

    -Les voy a decir que no traigo guitarra.

    Y, en efecto, eso es lo que dice, tras unos 40 minutos después, en una iglesia llena, donde se ha hablado de Madrid, de Manila, de Tepoztlán, y de poemigas. Hay una decepción inicial en el público, pero de la multitud surge un muchacho que empuña una guitarra como si fuera una bandera. "Yo traigo", grita, y se la pasa a un Luis Eduardo que me...

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