El Muro de Berlín sigue en pie

AutorYetlaneci Alcaraz

BERLÍN.- Como cada día después de acostar a sus hijos, ese 9 de noviembre de 1989 Ute Flämig se sentó frente al televisor de su sala para ver las noticias. Lo que escuchó la dejó pasmada: la frontera entre Berlín del Este y del Oeste se abría y todos los ciudadanos de la República Democrática Alemana (RDA) podían cruzar libremente al otro lado.

A diferencia de los cientos de ossis que esa noche se lanzaron en masa a cruzar el muro, a esta maestra de jardín de niños -entonces de 27 años- le tomó dos semanas atreverse a pasar al otro lado y conocer por primera vez en su vida Berlín Occidental.

"Fue una enorme mezcla de sentimientos. De pronto un hombre en la tele anuncia que las fronteras estaban abiertas, y de la incredulidad pasé al miedo e incertidumbre sobre qué iba a ocurrir con nosotros, qué nos deparaba el futuro. Siempre habíamos escuchado que en Berlín Occidental había desempleo, problemas de drogadicción y esas cosas que en el Este no existían", recuerda en entrevista con Proceso.

Dos semanas después de la caída del muro y la desaparición de la frontera, Ute tomó de la mano a sus dos pequeños y cruzó a pie hacia Berlín Occidental. Recuerda que estaba oscuro, pero había mucho bullicio en las calles.

"En las tiendas había tantas cosas... Recuerdo que con el dinero de bienvenida que me dieron compré uvas y pepinos. Me sorprendí de que en noviembre los tuvieran en las tiendas, porque en el Este sólo los conseguíamos en verano. No pasamos más de una hora en la calle y cuando regresamos a casa sólo me alegré por estar de vuelta", confiesa.

En Ute, como en muchos alemanes del Este, el derrumbe del sistema comunista que se avistaba causaba una mezcla de sentimientos agridulces; predominaba el temor sobre lo que vendría. Sí, fue un grupo el que con mucha determinación impulsó un cambio y que vía la revolución pacífica se exigieron reformas y la apertura del sistema, pero pocos imaginaron una transformación radical del régimen, como el que ocurrió casi de manera automática.

"Nuestra vida en la RDA no era mala. Sí, no podíamos viajar, y para quienes no veían a sus familiares en el Oeste era seguramente más duro, pero teníamos una vida tranquila, simple y segura. Yo al menos no me quejaba", recuerda.

Pero el muro cayó y con ello se desató una vorágine. Con la euforia inicial comenzaron a vivirse procesos que transformaron profundamente la vida de los poco más de 16 millones de habitantes de la RDA.

El estigma llamado "ossi"

Desde 1989 se...

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