La música en las epidemias (y III)

AutorDr. Samuel Máynez Champion

La impactante obra de Corigliano sobrevuela la memoria de sus amigos ultimados por el virus a modo de Elegía y cuenta con sus cuatro movimientos reglamentarios. Sugerimos la escucha del segundo que lleva el nombre de Tarantella. En él su autor se propuso describir los giros y mareos de un ritmo que quiere imitar las febriles alucinaciones de los infectados...(1)

Como penúltimo bloque sonoro, ofrecemos una visión que nos resulta lastimeramente familiar. Vean a los italianos salir a sus balcones para clamar por la necesidad de hacer música juntos y de sentirse, a pesar del encierro, conectados con las pulsiones anímicas de sus vecinos. La música, aunque sea con cacerolas y voces desentonadas, adquiere entonces su verdadera dimensión. No es una diversión inocua como nuestras autoridades se obstinan en concebirla, es una necesidad de importancia vital, es el mejor antídoto contra el miedo y el más poderoso agente de cohesión social. Privados de ella, y perdónensenos las hipérboles, seríamos como zombies que deambulan sin rumbo, seríamos como autómatas en pos de quimeras irrealizables.. . Despojados de su capacidad para entonarnos el ánimo y atizar nuestra voluntad, perdemos lo más bello de esa lábil humanidad nuestra, siempre tan en riesgo. Tanto como lo fue para los jóvenes florentinos durante la peste negra del siglo XIV y para los bizantinos y para los proféticos griegos, sin excluir a los antiguos mexicanos que consideraron a la música como una dádiva de Tezcatlipoca, merced a la cual la flor y el canto de la existencia encuentran sus asideros más sólidos..(2)

Y ya que trajimos a cuento a los antiguos mexicanos, hagamos un viraje temporal para retornar al siglo XVI, no sólo para salirnos un poco de la tónica extranjera que ha permeado, indefectiblemente, estos textos, sino para darle espacio a la visión autóctona de lo que se padeció en nuestras latitudes. Fue a finales de junio de 1520 cuando el futuro constructor de México regresó a Tenochtitlan después de haberse enfrentado a los hombres de Pánfilo de Narváez que venían de Cuba con la orden de apresarlo por insurrecto. A don Hernando no le fue difícil evadir el arresto, recurriendo al soborno habitual para destrabar la lealtad hacia el gobernador de la isla, Diego Velázquez. Lo que Cortés no sabía era que, durante su ausencia, su subalterno, el barbaján Pedro de Alvarado, había acometido la matanza del Templo Mayor y que se había desatado una revuelta indígena de peligrosas proporciones...

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