EU: el negocio de la democracia

AutorJohn M. Ackerman

Las elecciones de 2012 están destinadas a ser las más caras en la historia de Estados Unidos. De acuerdo con datos de la organización Open Secrets (http://uJUJUJ.opensecrets.org), se estima que una vez concluido el proceso electoral todos los candidatos y precandidatos juntos (se encuentra en disputa no sólo la Presidencia, sino además una tercera parte del Senado y toda la Cámara de Representantes) habrán gastado casi 6 mil millones de dólares (casi 80 mil millones de pesos) en sus campañas.

Por sí solo Barack Obama ya ha recaudado casi 500 millones de dólares (unos 6 mil 500 millones de pesos), y en estos últimos días Mitt Romney está rápidamente cerrando la brecha. El pasado martes el candidato republicano erogó en un solo día la friolera cantidad de 13.6 millones de dólares para una sola semana de anuncios televisivos en apenas nueve estados del país.

En los hechos no existe un tope para el gasto de los candidatos presidenciales en Estados Unidos. Solamente hay un límite en caso de que el candidato correspondiente acepte financiamien-to público para su campaña. Pero desde 2008 Obama se negó a recibir este apoyo para poder recaudar libremente y gastar sin límite alguno. En 2012, ambos candidatos han repetido esa estrategia.

En 2010, la Suprema Corte de Estados Unidos "liberó" aún más el financiamien-to privado con su controvertida decisión en el caso de Citizens United. Con esta resolución los ministros defendieron el "derecho a la libertad de expresión" de las empresas y las corporaciones, equiparándolas con personas físicas, lo cual redujo al mínimo los controles sobre sus contribuciones a las campañas políticas. Ello ha generado un importante aumento en el flujo de dinero privado y, aún más grave, una drástica reducción en la transparencia de esas contribuciones. Hoy, casi la mitad de los gastos electorales provienen de los llamados Super PACs, que no tienen obligación alguna de identificar sus fuentes de financiamiento, de acuerdo con Open Secrets.

En Estados Unidos, entonces, es simplemente imposible ganar una elección presidencial sin un enorme patrocinio privado. El resultado es que ningún candidato puede permitirse el lujo de cuestionar la estructura de poder económico o de representar a los pobres o los marginados. Las diferencias entre los candidatos se reducen a pleitos entre distintas redes de potentados. Por ejemplo, en el actual proceso electoral, que tendrá su desenlace el próximo 6 de noviembre, Romney ha recibido el...

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