Una niña bien...mala / Todo queda en familia

Aunque no creo en coincidencias, hace un par de semanas, mientras me encontraba de viaje visitando a un buen amigo, se conjugaron todos los elementos para un suceso que definitivamente hizo coincidir ciertas energías particulares.

Todo comenzó en una fiesta a la que mi amigo me llevó el mismo día en que mi avión aterrizó, a fin de sacudirme las horas de vuelo, así que con toda la pila del mundo me súper arreglé y me uní a la diversión.

Al llegar a aquel departamento con vista maravillosa, llamó mi atención un señor alto, de cabello grisáceo y con todo el porte, que se encontraba en el bar junto al balcón y, aunque traté con todas mis fuerzas de ser discreta, mi persistente mirada lo hizo encontrarse con mis ojos y en automático ambos sonreímos y comenzamos a platicar. La química entre ambos se dio desde el principio y pronto nos encontrábamos ya sentados, muy pegaditos, en un sillón.

Entre palabras y bromas, poco a poco se fue acercando más y sus manos jugueteaban con mi piel de vez en vez al expresar con énfasis alguna historia de esas hilarantes que te mantienen al borde de la locura. Hacía mucho tiempo que no reía tanto, pero mis ganas por hacer algo más con él se incrementaban y yo, sin querer ser muy obvia, cuando él preguntó dónde podría lavarse las manos, lo tomé del brazo y lo acompañé al único cuarto al fondo de aquel departamento que contaba con un baño privado.

Mientras caminábamos hacia el lavamanos, él deslizó su mano por mi cintura mientras mi cuerpo se retorcía al calor de su tacto.

Mis oídos no escuchaban más sus palabras, su boca me pedía a gritos ser devorada y, apenas cruzamos la puerta que nos separaría de la fiesta para regalarnos unos minutos de privacidad, ambos saltamos el uno sobre el otro y nos besamos.

Nada a nuestro alrededor parecía importarnos. Con las luces apagadas nos mirábamos las siluetas. Sus manos ágiles me atrancaron contra una esquina.

Con su mano en mi cuello, ligeramente me fue reduciendo hasta tenerme sentada de frente a él sobre un pequeño buró que me servía de apoyo mientras seguía recibiendo caricias y besos de aquel hombre intenso que me tenía tomada de la cintura.

Yo, aún apoyada en la pared, logré subir mis piernas y me amarré a él hasta sentirlo profundamente dentro de mí, pero aquel furtivo encontronazo se vio interrumpido por un sonido específico de su celular que identificaba ni más ni menos que ¡el número de su hija!

-Perdón, tengo que contestar.

Sin más, mi amable caballero se tornó en...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR