Nicaragua, tan violentamente soñada

AutorFabrizio Mejía Madrid

Traigo esta memoria hasta aquí por la metáfora que hace de la revolución su poeta más notable: Nicaragua parece haber rescatado, mediante una revolución armada, la dictadura que combatió. Tal parece que la última revolución armada del siglo XX, la del Frente Sandinista, ayudó a trasplantar otra dinastía corrupta: la de los Ortega. Los estudiantes rebeldes a quienes la dictadura de Daniel Ortega y su esposa ahora disparan, son los herederos de una revolución que triunfó en 1979 pero que terminó por diversos factores: la guerra de "los contras" financiada directamente por el Congreso norteamericano, la rapiña de los líderes guerrilleros amasando las propiedades nacionales como un botín privado -la llamada "piñata"-, el desastre de su reforma agraria que no entregó nada a los campesinos pobres, así como por su desprecio a las comunidades indígenas y afroamericanas. Hay algo del sueño de 1979 en el levantamiento de los estudiantes de hoy contra Daniel Ortega. "Mamá -dice una estudiante grabándose con un celular detrás de una pared que la protege de las balas de la dictadura-, estoy aquí defendiendo a la patria".

La sandinista es una revolución literaria desde aquellas crónicas romantizadas de Julio Cortázar y Gabriel García Márquez, Nicaragua, tan violentamente dulce y Crónica del asalto a la "casa de los chanchos", hasta las Memorias del propio Cardenal, el poeta de la Teología de la Liberación, el que miró el rostro contradictorio de Augusto César Sandino -"un hombre nervioso dominado por la serenidad"- y entró a la guerrilla para escribir:

Yo he repartido papeletas

(clandestinas,

gritando: ¡Viva la libertad! en plena

(calle

desalando a los guardias armados. Yo participé en la rebelión de abril: pero palidezco cuando paso por tu

(casa y tu sola mirada me hace temblar.

Encarna la liberación de una mujer, Gioconda Belli, que equipara la revolución contra la dictadura con su escape de un matrimonio sofocante. En El país bajo mi piel, la poeta que ayudó a la guerrilla a una de sus victorias estratégicas -la toma de rehenes en casa de un ministro somocista que agasajaba al embajador norteamericano en diciembre de 1974- recuerda, no el árbol de Cardenal, sino una mancha de sangre en una pared de su vecindario acomodado: "Los padres de Silvio dejaron esa mancha en la pared mucho tiempo como testimonio del asesinato a sangre fría de su hijo. La vi muchas veces más. Hasta cuando pintaron la casa meses después la seguí viendo. La veo aún. Es de esos...

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