Subterráneo/ No hay gato

Cuando no hay gato los ratones, felices, se dedican a hacer de las suyas, y dado el jubiloso alboroto que se traen nuestros secretarios de Estado podría llegar a sospecharse que el Presidente está sin estar.

La debilidad de Vicente Fox en este sentido empezó a correr como chisme caliente desde la primera semana de su gobierno. "Fíjate -susurraban los interesados-, que Fox tiene un defecto maravilloso: cuando estuvo al frente de la Coca Cola nunca corrió a nadie. Quizá alguno de sus gerentes despidió a algún trabajador incumplido, pero Fox nunca le pidió su renuncia a nadie de sus primeros cuadros". Dos meses más tarde no había funcionario que no lo dijera: "Fox es incapaz de correr a nadie. Le da miedo, o pena o algo así, pero nomás no puede".

Aunque no faltaron puntapiés por abajo de la mesa y hasta algunos descolones para ver cuánto aguantaba, a lo largo del primer año de la administración foxista los secretarios se estuvieron más o menos en paz. Lo que tampoco hicieron -a no ser por muy contadas excepciones-, fue ponerse a trabajar con el empeño que la situación ameritaba. Y era claro que no tenían tampoco por qué hacerlo: fuera de las contradictorias vaguedades que decía el Presidente, no había línea, ni programa, ni proyecto común. Cada quién podía tirar por su lado y hacer o dejar de hacer lo que creyera conveniente.

Si a esto de le añade que el Presidente jamás tenía tiempo para sentarse a platicar con ellos y enterarse en detalle de sus proyectos o problemas, no es de extrañar que los titulares de las diversas dependencias federales empezaran a sentir lo peor que puede llegar a sentir un funcionario: que su cargo realmente es suyo, de su propiedad, y no tiene por qué rendirle cuentas a nadie.

Y digo que es lo peor que puede pasarle a un funcionario -y de paso a nosotros-, porque creer que el cargo es parte del patrimonio personal es la manera más eficaz de minar las bases de la República y de impedir la democracia.

Razones

Aunque el punto es conocido, no está de más recordar que a lo largo de los siglos que fuimos colonia de España, la mayor parte de los puestos públicos estuvo en venta. La razón era muy simple: el rey siempre andaba corto de fondos y para hacerse de algunos...

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