El nuevo precio de la libertad de expresión

AutorAgustín Basave

Aunque las amenazas no sólo provienen del autoritarismo sino también de la negligencia o la complicidad de gobernantes que no protegen el ejercicio del periodismo de las intimidaciones y venganzas del crimen organizado, me limitaré en este artículo a analizar la actuación del gobierno de México de cara a la crítica. En este sentido, desde la perspectiva de la represión de la autoridad, puede afirmarse que en nuestro país este derecho humano goza hoy de mejor salud que ayer. Las represalias contra los periodistas u opinadores cuyos cuestionamientos molestan al presidente han cambiado: en los albores del presidencialismo omnímodo eran la muerte o la cárcel, luego vinieron los despidos y las auditorías y ahora es el linchamiento en redes sociales. Es un avance, pero dista mucho de ser suficiente. Aún existe la práctica de infundir miedo en quienes discrepan.

Cierto, el criticador puede ser criticado. Estoy de acuerdo con el presidente López Obrador en que el derecho de réplica también debe respetarse; más aún, pienso que un vicio de algunos medios mexicanos es zaherir con más ataques de "calumnistas" al político (de menor poder) que osaba mandar cartas de refutación, bajo el supuesto de que era obligación del calumniado convencer o complacer en privado a sus detractores públicos de que no merecía la invectiva. Con todo, el poderío de un presidente conlleva la responsabilidad de ser prudente en sus dichos, cuya fuerza quizá no sea la misma de antes pero sigue acarreando daños a los aludidos. Se dice que Ruiz Cortines prefirió una noche de insomnio a mandar callar a unos vecinos en ruidosa juerga para evitar que dos imprudencias -su orden y la reacción etílica- provocaran una masacre. Cierta o falsa (se non è vero è ben trovato), la anécdota ilustra el riesgo de que se salga de control la defensa del poderoso por parte de sus incondicionales. AMLO ya no tiene que preocuparse del Estado Mayor, pero sí del desbordamiento de pasiones en su base de apoyo.

Supongamos sin conceder que es baja la probabilidad de una agresión física a una persona non grata al presidente como el director del periódico "fifí" al que señala cotidianamente. La estadística diría que el valor esperado es, en todo caso, demasiado alto, lo cual es muy grave y debería ser suficiente para que AMLO dejara de hacer esos señalamientos. El problema es que son parte de una táctica de disuasión de críticas. Salvo excepciones, "la gente" que "pone en su lugar" en "las...

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