Obama y el dolor de Chile

AutorAriel Dorfman

Y, sin embargo, no sería imposible que Obama se asomara a una pequeña muestra de lo que fue la aflicción de Chile. A escasas cuadras del Palacio Presidencial de La Moneda, donde ha de ser agasajado por Sebastián Piñera, 120 investigadores se dedican asiduamente a recoger una lista definitiva de las víctimas de Pinochet para que se les pueda entregar alguna forma de reparación. Este es el tercer intento, desde que terminó la dictadura en 1990, de enfrentar las pérdidas masivas que ésta ocasionó. Dos comisiones establecidas oficialmente ya habían escrutado una inmensa cantidad de casos de tortura, ejecuciones y prisión política, pero se fue haciendo claro, con el paso de los años, que innumerables abusos de derechos humanos seguían sin identificarse. Y, de hecho, la indagación corriente ha recibido 33 mil solicitudes adicionales, horrores que no habían sido registrados.

Aunque Obama no tiene derecho a leer ninguno de los informes confidenciales acerca de aquellos casos, unos minutos robados de su estricto calendario para hablar con algunos de los hombres y mujeres que realizan las pesquisas le informarían más sobre la escondida agonía de Chile que mil libros y reportajes.

Podría, por ejemplo, conversar con una investigadora llamada Tamara. El 11 de septiembre de 1973, el día en que Salvador Allende fue derrocado, el padre de Tamara, uno de los guardaespaldas de Allende, fue detenido, sin que jamás se supiera su paradero. Yo trabajaba en La Moneda en la época de la asonada militar y salvé la vida debido a una cadena de coincidencias milagrosas, pero el padre de Tamara no fue tan afortunado, como no lo fueron varias buenos amigos míos, cuyos cuerpos todavía están sin sepultura.

O podría Obama auscultar los ojos de un abogado que conozco, al que secuestraron una tarde y fue torturado durante semanas antes de que lo dejaran una noche en una calle desconocida, tan lejos de su hogar que fue inmediatamente arrestado de nuevo por romper el toque de queda. O por ahí Obama podría conversar con una antropóloga que tuvo que marcharse al exilio durante 14 años, perdiendo su país, su profesión, su idioma, y cuyo retorno a Chile fue tan angustioso como el destierro original, puesto que sus hijos, a raíz de su prolongada ausencia del país donde nacieron, habían decidido permanecer en el extranjero, lo que significa que esa familia estará para siempre escindida.

O si el presidente Obama se siente más cómodo conociendo lugares en vez de seres humanos de carne...

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