La obra editorial de Julio Scherer

AutorMiguel Ángel Granados Chapa

La Fundación Nuevo Periodismo, presidida por dos espíritus tan distantes entre sí como Gabriel García Márquez y Lorenzo Zambrano, el magnate mexicano (y mundial) del cemento, ha creado dos premios, uno al triunfador de un concurso anual, y otro, en la categoría de homenaje, a una carrera cumplida. Lo otorgó en esta modalidad a Julio Scherer García, en 2003. Pero lo mismo hubiera podido reconocer su tarea como periodista en activo, pues entonces se hallaba, como se encuentra ahora, en plena creatividad.

La ha ejercido y mostrado en tres etapas, de tres modos diferentes. La primera corre de 1947 (cuando a los 21 años de edad ingresa en Excélsior como aprendiz de reportero) a 1968, cuando es elegido director de ese periódico. Aunque en la segunda etapa pervivió la semilla de la primera, como responsable de aquel diario y luego del semanario que tiene usted en sus manos, lector, la tarea de Scherer consistió en abonar el trabajo de otros, en cultivarlo y en ofrecer su cosecha a los lectores. Además, y sin proponérselo, porque cree en el periodismo en sí y lo practica, convirtió esas publicaciones en instrumento para que la sociedad mexicana se conociera a sí misma y promoviera su propia transformación.

Retirado por voluntad propia de la dirección de Proceso en 1996, Scherer no se jubiló del periodismo. No podría hacerlo porque está en su naturaleza. Es su segunda naturaleza. Su primera naturaleza, se diría. Lo abordó ahora en forma de amplio reportaje combinado con ensayo, editado como libro. En realidad, Scherer resumió en esta tercera etapa el talante con que desde sus comienzos se identificó con el periodismo: es un indagador penetrante que asedia los hechos y a las personas, cavila sobre unos y otros y escribe, al mismo tiempo con la prisa del diarista y con la hondura del creador literario.

Como reportero que cumplía órdenes de trabajo diverso, pronto fue dedicado a la política. No se ocupaba del chismerío, de la banalidad. De haber sido tuerto, hubiera sido rey en tierra de ciegos. Pero tenía los ojos bien abiertos, como tenía los oídos igualmente receptivos. En un ambiente profesional donde predominaban la rutina y la venalidad, escapar de esas lacras singularizó a Scherer, que también estaba llamado a encabezar grupos, a animar iniciativas. Estaba ya al frente de una corriente cuando, con la muerte casi simultánea del gerente Gilberto Figueroa y el director Rodrigo de Llano, en 1963, Excélsior inició el camino de su modernización.

Lo...

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