El olor de la muerte

AutorGiampaolo Visetti

Miyagi, Japón.- Hasta el 15 de marzo nadie había podido llegar a este lugar. Bastó con el derrumbe de un puente, ubicado dos kilómetros tierra adentro, para que Onagawacho quedara aislado del mundo.

Montones de desechos infranqueables que flotan en lodo impiden que los socorristas alcancen esta pequeña ciudad que el viernes 11, Japón pareció borrar de su mapa.

Un poco más lejos, en Onagawa, la central nuclear escapó a la ola del tsunami que pasó a 200 metros. Los soldados amontonan ahora bolsas llenas de arena alrededor de las construcciones que protegen a los reactores apagados.

Fue gracias al aterrizaje fortuito de un helicóptero que se descubrió en ese lugar a 6 mil personas abandonadas desde hacía cinco días. Estaban en una colina cercada por el lodo y el océano.

La mitad de la población desapareció en el mar. Desde el 11 de marzo a las 14:46 horas, los sobrevivientes dejaron de comer y resistieron temperaturas muy bajas haciendo hogueras con ramas de árboles y techos de sus casas. Compartieron el agua recuperada de una tienda derrumbada, pero centenares de personas están deshidratadas, agobiadas por el frío, el sueño y el terror.

En el alba murieron dos viejitos por falta de medicinas que les eran indispensables. No tuvieron suficientes fuerzas para subir la muralla de desechos y pedir auxilio. Decenas de niños abrigados con ropa de adultos presentan síntomas de sideración (depresión profunda).

Todos los sobrevivientes están unidos por la misma realidad: perdieron a alguno de sus familiares en el lodo que se extiende a sus pies y sobre el cual no se atreven a caminar. En la ciudad, dejada sin ayuda, símbolo de la destrucción que convirtió a la prefectura de Miyagi en un vertedero pestilente, aparece de manera cruda la tragedia de una nación que parece incapaz de reaccionar ante la peor catástrofe que enfrenta desde la Segunda Guerra mundial.

Pesadilla

Tres veces gritó el piloto del helicóptero: “¿Hay alguien vivo?”. En el fango, en medio de los reptiles, nada se movía: era como si todo el mundo hubiera muerto en Onagawacho.

Finalmente grupos de sobrevivientes, incapaces de hablar, salieron del monte. Señalaron la colina con el dedo. Tenían los ojos cerrados. Se sentaron en coches revolcados a esperar ayuda.

La imposibilidad de ser salvados por los hombres después de haberse librado de las garras de la naturaleza es la pesadilla que trastorna a los 600 mil sobrevivientes del temblor de la región de Tohoku, el epicentro. Están a...

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