Opus 100

AutorSamuel Máynez Champion

Pero, ¿por qué tanto rodeo cuando las cosas pueden decirse con mayor sencillez? La respuesta no fluye y tampoco la manera de exponerla. ¿Habría que recurrir a una forma impersonal para parapetarse en la neutralidad? Quizá. Se soslayan inhibiciones, pues, para señalar que en este número 1853 de Proceso aparece la centésima colaboración den esta columna. Que sirva entonces de pretexto, más allá de la inviabili-dad aludida, para hablar de las tendencias e inclinaciones -también manías u obsesiones- por enumerar y catalogar creadores y musicólogos a través de las centurias.

Comencemos por la denominación latina de Opus que, como sabemos, significa "obra" y que, curiosamente, no fue empleada en sus inicios para la numeración musical por etnias latinas, sino por sajones y renanos. En cuanto a la confusión que suscita el plural Opera, fueron nuevamente los germanos quienes adoptaron la convención de Opp (mal dicho como opuses) para distinguirla de la acepción propia del melodrama. En Italia la distinción no existe y se dice igual la ópera tal que la ópera número equis de un compositor cualquiera.

Por una derivación natural, producto de una mentalidad que requiere de un orden estricto para no ceder ante los embates de sus demonios, el invento de Johannes Gensfleisch, mejor conocido como Guten-berg,(1) dio pie para que aparecieran en el otrora Sacro Imperio Romano Germánico, durante la segunda mitad del siglo XV, las primeras colecciones musicales con un Opus, asignado, obviamente, por los editores. En ellas, la autoría era colectiva y muchas veces se ignoraba por completo. Hemos de agregar que en 1457 vio la luz el primer libro donde se citó el nombre del editor, la fecha y el lugar de la edición. Se trató del Mainzer Psalterium que salió del taller de Gutenberg y sus asociados.

Una vez en los albores del XVI nos topamos con la segunda invención que marcaría los derroteros del incipiente negocio que ya se vislumbraba en la música. Fue Ottaviano Petrucci el temerario que consiguió la dispensa del dogo de Venecia para montar en 1501 una imprenta con tipos móviles dedicada, únicamente, a la elaboración de partituras. El ejemplar príncipe, intitulado Harmonice Musices Odhe-caton, se configuró con 96 canciones franco-flamencas de la pluma de los ínclitos Johannes Ockeghem y Jos-quin des Prez, entre otros. La aportación de Petrucci, huelga recalcarlo, abriría fuentes de insospechadas ganancias para los editores musicales, amén de una enorme difusión para...

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