La oscilación del discurso

AutorRicardo Raphael

Suele decir que la honestidad es hoy un acto radical, en oposición a la falsedad que se nos había vuelto, al menos en la política, un lugar común.

Honestidad con los recursos públicos, pero sobre todo con el arco que reúne a las palabras con los actos.

Por eso la campaña de promoción alrededor de su primer informe de gobierno borda sobre la consistencia entre lo que prometió y lo que como gobernante estaría cumpliendo.

Es ingenuo afirmar que en estos pocos meses de su mandato se haya transformado al país, pero nadie podría escatimar el logro de haber revolucionado los términos del debate público.

El estilo personal de gobernar de Andrés Manuel López Obrador es su discurso. Si hipotéticamente mañana se viera obligado a callar, su poder se evaporaría de inmediato. En sus palabras reside la capacidad que tiene de influir, de modificar mentalidades, de provocar los pensamientos, las actitudes, las opiniones, la ideología; en fin, la conciencia de sus gobernados.

Sus palabras son más importantes que las leyes que promueve, que las políticas públicas impulsadas, tienen más impacto que sus actos concretos de gobierno.

Los símbolos bíblicos le son próximos y por ello sabe que el discurso no sólo reproduce, sino también reinventa la realidad. La socióloga Estela Serret añadiría que la realidad se produce una y otra vez por mediación de las palabras.

El discurso de Andrés Manuel López Obrador oscila, casi en simetría, entre dos polos opuestos: por un lado, el de la guerra por ganar la interpretación de los hechos y, por el otro, en el argumento de un país incluyente.

Ese viaje discursivo, aparentemente contradictorio, descarrila con frecuencia el entendimiento. El día que Andrés Manuel López Obrador ganó la Presidencia pronunció un discurso memorable sobre un gobierno para todas las personas. Sin embargo, no transcurrió demasiado tiempo para que volviera a separar a las personas entre privilegiados y desposeídos, liberales y conservadores, neoliberales y juaristas, en fin, entre chairos y fifís.

Esta oscilación es la esencia fundamental del discurso lopezobradorista, o más precisamente, de la realidad que López Obrador recoge y luego reproduce.

México es un país dividido que aspira a no serlo y el discurso presidencial no está dispuesto a negar la obvia realidad, pero tampoco quiere impedir la consecución de tan legítima aspiración.

Quienes lo observamos discursar nos sentimos todo el tiempo aludidos por los extremos de su narrativa. Enfada sentirse...

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