Palabra de neoliberal

AutorFabrizio Mejía Madrid

Primero habría que aclarar que no existe un "lenguaje" neoliberal sino más bien una intención, un uso específico de las palabras que le propina a los que su sistema margina y cómo arropa en eufemismos la dura realidad que provoca. El lenguaje para los neoliberales es usado como un arma para vender, es una jerga de la competencia, del pragmatismo del ego, y de una incesante auto-distinción. Por eso, no respeta el valor de verdad que reside en lo profundo del lenguaje sino que lo utiliza para ganar una discusión al instante. Usan al lenguaje como respuesta inmediata para ganar la atención, como algo elaborado para aparecer fácil de entender, apoyado en unos cuantos puntos que se hacen llegar en forma de hechos in-debatibles, como una exposición para posi-cionarse como un producto y tomando a las palabras como un medio para vender.

Esa economía del lenguaje no busca satisfacer la parte de relación interpersonal que subyace a todo mensaje, sino que busca vencer en lo inmediato al que la escucha, subyugándolo o quitándole credibilidad. En general, es un uso del lenguaje que no prevé las consecuencias que minan su propio uso. En el caso de la crisis financiera de 2008, lo que erosionó fue la capacidad misma de las palabras para sustentar una verdad y, entre ellas, la facultad del lenguaje de prometer.

En los discursos de los economistas neoliberales alcanzamos a apreciar cómo han hecho que el lenguaje nos falle en situaciones en que lo necesitamos; en la urgencia, la necesidad y la búsqueda de confianza. Sin un referente real, su lenguaje le da vueltas al vacío de la deshumanización del otro y del eufemismo de lo terrible: llamar "loco", "senil", "atrasado" al contrincante que propone atemperar la desigualdad y, por otro lado, llamarle "desarrollo nacional" a la entrega de recursos nacionales a amigos, parientes, y compadres.

Es notable la violencia verbal con la que cada vez más los neoliberales minan su propio uso lingüístico. Porque, si lo importante es ganar en lo inmediato, no importa mentir, falsificar y engañar. El problema es que las palabras usadas no tienen un referente real porque no buscan convencer sino ganar el punto. En la campaña presidencial lo escuchamos una y todas las veces: no importó decir una mentira que sería desmentida al día siguiente, lo importante parecía dejar la impresión, como lo hacen los vendedores, de una seguridad personal. No se vendía el argumento sino la sonrisa de quien lo decía. Lo que vimos fue la búsqueda...

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