Palabras para Ernesto

AutorSergio Ramírez

Uno de los poemas que nunca olvido de Ernesto es aquel escrito en medio del silencio que fue a buscar al monasterio trapense de Getsemaní, Kentucky, cuando abandonó su juventud mundana en Managua, y que empieza: como latas de cerveza vacías y colillas de cigarrillos apagados, han sido mis días comofiguras que pasan por una pantalla de televisión y desaparecen así ha pasado mi vida...

Así pasan ahora por mi cabeza los recuerdos del Ernesto tan ligado a mi propia vida, hermano mayor, guía moral, maestro literario, desde el día en que lo vi por vez primera en la acera de la casa de sus padres en Managua, recién llegado del seminario de la Ceja en Medellín donde había sido ordenado, flaco, en bluyines, camisa de cuadros, sin barba, ni boina, ni cotona, esperándonos porque íbamos a Masatepe de excursión, Edwin Illescas, Roberto Cuadra, los del grupo de la generación traicionada y del grupo Ventana en pleitos literarios pero juntos bajo la admiración que él despertaba entre todos los aprendices de poetas, yo me sabía de memoria a los diecisiete años "Hora Cero": y Managua apuntada por las ametralladoras desde el palacio de bizcocho de chocolate y los cascos de acero patrullando las calles...

Y después en San José, visitante frecuente de nuestra casa allá, leyendo sus poemas al aire libre en la Universidad de Costa Rica en medio de una multitud de jóvenes que escuchaban en silencio respetuoso, y la vez en 1976 que fuimos juntos a Solentiname con Julio Cortázar, y la misa que celebró Ernesto en la que Cortázar, feligrés improvisado, comentó el evangelio del prendimiento en el huerto y reflexionó acerca del porqué Jesús no había invocado a su padre para que enviara una legión de ángeles a salvarlo; y el ruido de los pasos de la revolución por venir que ya se oían llegar en el silencio de la noche del gran lago, pasos que despertaron a los jóvenes de la comunidad que se hicieron entonces guerrilleros.

Y tantas andanzas juntos, los dos en un congreso del Pen Club en Elsinor, en Dinamarca, buscando firmas de solidaridad entre los escritores famosos para la lucha en Nicaragua, o durmiendo en el piso de una casa en Ámsterdam junto a un canal donde desayunábamos arenques en un puesto callejero, y allí también andábamos en busca de apoyo ante gobiernos, parlamentos, fundaciones, y en Estocol-mo, en París, todas las puertas se abrían ante Ernesto, una celebridad en Europa desde la publicación de los Salmos que se volvió una Biblia de los jóvenes:

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