La pandemia y la trama indígena (Segunda y última parte)

AutorJorge Sánchez Cordero

La Ilustración trajo consigo una nueva forma de razonar; todo conocimiento había que fundarlo en lo sucesivo en la razón y no en el dogma de fe. A partir de esta premisa se gestó un cambio radical en la concepción sobre las epidemias: comenzó a privilegiarse el énfasis en la salud y en el desarrollo de la medicina preventiva. Asimismo, se establecieron las bases metodológicas de la medicalización de la muerte, consistentes en alejar a los muertos de los vivos, y a los enfermos -pero también a los ancianos y a los agónicos- de los sanos.

Dentro de esta nueva perspectiva, en julio de 1802 Francisco Xavier Balmis, médico personal de Carlos IV, inició por órdenes del Consejo de Indias la primera campaña de vacunación en tierras mexicanas. La renuencia social empero obstaculizó el proyecto, en medio de prejuicios imbuidos de tradiciones y supersticiones.

Esteban Morel (1744-1795), médico francés que llegó a radicar a la Nueva España, se enfrentó a una intransigencia todavía mayor, que habría de llevarlo, aparentemente, al suicidio: la Inquisición lo procesó y encarceló por sus intentos de introducir la vacunación en 1779 (Liliana Schifter Aceves et al).

José Ignacio Jove, presidente del Protomedicato, la institución sanitaria virreinal, llegó a sostener que la epidemia de tifo de 1813 era un castigo divino. Argumentos como éste soslayaban empero los contrastes sociales de la metrópoli, una de cuyas manifestaciones era la indigencia de los naturales y el sometimiento del que eran víctimas; condiciones propicias para las enfermedades y los contagios.

Con el impulso, entre otros personajes, del obispo ilustrado Juan Cruz Ruiz de Cabañas (1752-1824), fundador del hospicio que lleva su nombre en Guadalajara, se modificó el sistema de entierros para la prevención de enfermedades; los cementerios fueron distanciados de los templos, situándolos fuera de las urbes. A finales del siglo XVIII, en la Ciudad de México, el arquitecto Manuel Tolsá diseñó un proyecto de panteón general -término introducido en la época-, pero éste se extravió en los arcanos de la burocracia virreinal.

El clero ilustrado apoyó la nueva disposición de los cementerios y esgrimió para ello argumentos como el de la necesidad de preservar la majestad y el decoro de los recintos. La práctica de la incineración, prohibida desde tiempos de Carlo Magno (785), encontró todavía mayores obstáculos, pues interfería con el dogma de la resurrección de los cuerpos en el juicio final bíblico y con la categoría del cuerpo como templo del Espíritu Santo.

La resistencia contra los planes sanitarios que incidían en la reubicación de los cementerios provenía sobre todo de la aristocracia y de los clérigos, quienes veían mermar con ello las contribuciones parroquiales de los fieles. El corolario era predecible: los sepulcros para los indígenas quedaron confinados en los camposantos, y los de las personas acaudaladas continuaron enraizados en la fastuosidad de las...

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