La patria espeluznante “País de sombra y fuego”

AutorLa Redacción

Mientras tanto la historia de bronce dejó sus pedestales a la historia de mierda. Hidalgo quedó como un curita masielesco, un ideólogo sin ideas, un verdugo y un jefe militar de pasmosa ineptitud, sólo comparable a nuestro patrono celestial, Santos Degollado, “El Héroe de las Derrotas”.

A Morelos le fue un poco mejor en este sentido, pero su genio bélico duró poco y al final delató a los otros insurgentes. Madero se guió por la tabla ouija. Martín Cacle, el jefe de la policía porfiriana, logró un triunfo póstumo con la infiltración del mundo de los espíritus. Sus agentes inmateriales aconsejaron a Madero errores y disparates en cadena que lo llevaron de hecho a la autoinmolación.

Duelos, espantos, guerras

Lo único que nos faltó en 2010 fue comisionar a un bardo para hacer una oda a los bicentenarios. Tampoco en 1910 tuvimos un poeta que celebrara la gesta de un siglo atrás. Obregón quiso imitar a César y sus Comentarios a la guerra de las Galias fueron las crónicas de sus Veinte mil kilómetros en campaña. En 1921 no se le ocurrió como a Augusto patrocinar a un Virgilio que en una nueva e imposible Eneida celebrara el triunfo del imperator, el general triunfante que bien hubiera podido quedarse en el castillo de Chapultepec hasta 1968. (48 años no son tantos: Fidel Castro lleva 52.) En el centenario de la consumación nuestra única e íntima épica fue “La suave Patria”.

Llegado el 1910, Buenos Aires se autocoronó capital de Hispanoamérica y habló por todo el subcontinente. Leopoldo Lugones en Odas seculares y Rubén Darío en Canto a la Argentina exaltaron las glorias presentes y el porvenir luminoso, “el triunfo de las Américas”, que nos esperaba en el siglo veinte. Si alguien hubiera querido repetir la hazaña hímnica y bárdica en 2010, todo habría culminado en la anticelebración que trazó el mismo Darío en 1892 y en su poema a Colón: “Duelos, espantos, guerras, fiebre constante/ en nuestra senda ha puesto la triste suerte”.

Cuando decimos patria

Al grupo Maná y a su fundación ecológica Selva Negra se les ocurrió unirse a la Universidad de Guadalajara para preguntarles a algunos poetas mexicanos qué piensan y qué sienten hoy cuando decimos patria. El proyecto quedó en manos de Jorge Esquinca y el resultado es el libro País de sombra y fuego. No se pidieron poemas acerca de la violencia. Si se hiciera hoy, apenas a distancia de unos meses, el tema sería la matanza que no cesa.

El poeta más joven de los incluidos, Hernán Bravo Varela, tiene...

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