Pedro Infante y su romance con el pueblo

AutorRoberto Ponce

A 58 años de su fatal accidente aéreo en Méri-da, Yucatán, cumplidos el miércoles 15, Pedro Infante se resiste a morir. "Es el representante del México positivo que todos queremos y anhelamos. Sociológicamente resulta inexplicable el fenómeno de Pedro Infante en el sentido de que el pueblo de México no quiere que mi tío descanse, pues lo trae, lo traemos en friega todos los días", afirma con acento regio el sobrino del ídolo de Guamúchil, José Ernesto Infante Quintanilla (Ciudad de México, 31 de diciembre 1960). I

Autor de la certera biografía ilustrada Pedro Infante. El ídolo inmortal (Océano exprés; primera edición de bolsillo febrero 2015, 225 p.) tras dos décadas de entrevistas, recopilaciones periodísticas e investigación en la Cineteca Nacional, la Biblioteca Nacional o El Colegio de México, que presentará el sábado 25 en la Fonda San Ángel, Infante Quintanilla sostiene:

"Era un patriarca, básicamente, pero siempre muy sencillo. No sólo con la familia, sino fue generoso con todo el pueblo de México. Yo creo que la relación, el romance que estableció Pedro Infante con el pueblo es lo que no lo deja descansar en paz. La gente quiere mantener su presencia de gran mexicano como hijo predilecto, no solamente de Diosito sino del país.

Pedro Infante es el artista que tiene más monumentos no sólo de México sino en el mundo, yo sé de unos quince. El más bello está en Mérida, Yucatán; pero se encuentra oculto porque lo pusieron incorrectamente alejado unas cuadras de donde se mató hace 58 años, supongo que para levantar económicamente la zona, poco se visita. Espero que levanten otro en la Macroplaza de Monterrey, desde hace 10 años están con que sí y que no.

Nacido el 31 de diciembre de 1960, hijo de José Delfino Infante Cruz (Pepe Infante) y Olga María Trinidad Quintanilla, José Ernesto Infante Quintanilla recuerda así al actor y cantante:

"Yo era muy pequeño y apenitas conocí a mi tío Pedro, básicamente lo recuerdo en su casa de Cuajimalpa donde tenía una alberca profunda y un gimnasio con un brincolín para hacer ejercicio. Y en cierta ocasión cuando tenía yo tres años de edad sufrí un accidente allí durante una reu-nión familiar nocturna, me caí a la alberca y él me sacó.

De eso que te encueran y te ponen las toallas para secarte; pero nunca se me va a olvidar que él me puso asientos de café en los pies para evitar que me diera gripa o un resfriado. Un poco antes de su muerte, mis padres se separan y nos fuimos a Monterrey, allá me tocó...

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