El peligro de la ideología

AutorJavier Sicilia

Por ello es tan difícil violentarse contra el otro. Para hacerlo se necesita un velo, un obstáculo que lo oculte. La rabia, el odio, los celos... son de esa especie. Cuando aparecen, el otro se distorsiona, se vuelve insoportable, un impedimento, un infierno, dice Sartre. Sólo podemos violentarnos, humillar y destruir a otro cuando su otredad se oculta a nuestra mirada. Quizá por ello se vendaban los ojos de los condenados al paredón: había que evitar que su mirada -la expresión más inquietante del rostro- intimidara a sus verdugos. Quizá por ello también en las cárceles se uniforma a los presos y se les corta el cabello de la misma forma. Uniformar y agrupar -un gesto en apariencia funcional- retira de las personas el privilegio sagrado que les confiere el rostro, degradándolas, dice Finkielkraut, al rango de ejemplar, de especie. Aquello que tiene el poder de inhibir se transforma así en una cosa cualquiera a la que podemos violentar sin remordimiento alguno.

Cuando las ideologías se vuelven absolutas cumplen esa misma función. El otro, el que no pertenece a la idea que una comunidad se ha hecho de la vida social, es inmediatamente uniformado y agrupado en epítetos degradantes: "piojos", "liendres", "traidores", "monstruos", "corruptos".

Reducido a eso, el rostro se vuelve un trazo, una forma borrosa que puede desaparecerse como desaparecemos una frase con la tecla delete de nuestra computadora, metáfora de un gatillo. Se trata, mediante la veladura del rostro, de hacer de la persona una abstracción despreciable.

En el caso del nacismo y del crimen organizado, los otros son quienes obstaculizan el despliegue de su potencia afirmativa -el de la raza o el del puro dominio-. Son "piojos" -dice el nazi-, "putos" -el criminal de hoy- que al perder la especificidad que los distingue y la semejanza que los aproxima, permiten ejercer sobre ellos toda la brutalidad de la fuerza. Destruida en el lenguaje la sacralidad del otro, ya no queda obstáculo para su destrucción real.

Hay otro tipo de ideología que no destruye al otro por un principio de fuerza, sino por principios morales. Destruyen no en rebelión abierta contra la responsabilidad que implica el reconocimiento del otro, sino por obligación moral hacia él. Es el amor por los oprimidos, el que justifica la uniformidad de los otros. Su voluntad no es la del poder, sino la de la justicia. Así, por ejemplo, a principios de la década de los ochenta, las Brigadas Rojas secuestraron a Germana...

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