"Pensé en dejar el taekwondo..."

AutorBeatriz Pereyra

Briseida Acosta cayó de hinojos sobre el tatami cuando se supo campeona panamericana. Se le doblaron esas columnas de ébano que tiene por piernas. Las lágrimas le bañaron la carita de niña que aún conserva a sus 26 años. En el camino del taekwondo había recogido medallas de plata y bronce, pero nunca una de oro. En sus primeros -y últimos- Juegos Panamericanos, los de Lima 2019, por fin llegó el metal más preciado.

Acababa de derrotar a la colombiana Gloria Mosquera por 10-5. Mientras se estaba preparando la ceremonia de premiación, llamó por teléfono a su mamá a Navolato, Sinaloa. Del otro lado de la línea Alma Rosa Balarezo se asustó. La escuchaba ahogada en llanto: "Mamá, no hallo qué hacer con esta alegría que no me cabe en el cuerpo...".

"Ya se imaginará cómo yo estaba. Fue la emoción por todos los esfuerzos; durante años se le negó lo que ella tanto anhelaba. 'Disfrútalo', le dije, 'porque esto tú te lo ganaste'", comenta Alma Rosa.

El oro panamericano es el resultado de una serie de eventos afortunados que desembocaron en el combate que Briseida Acosta le ganó a la multimedallista olímpica y mundial María del Rosario Espino-za, también sinaloense. El 23 de junio las taekwondoistas se enfrentaron en un selectivo nacional para definir quién representaría a México en Lima, en la categoría de más de 67 kilogramos.

Tuvieron que llegar hasta el punto de oro para definir a la ganadora. Acosta se impuso 2-1 y obtuvo el boleto para la justa regional. Espinoza fue el primero y más difícil obstáculo que tuvo que superar. Ella fue quien la dejó fuera de los Panamericanos de Toronto 2015 y de los Juegos Olímpicos de Río 2016. La que la alejó de su razón de ser.

Briseida Acosta es la única mujer de los tres hijos que Alma Rosa Balarezo procreó con su esposo, Juan José, un profesor que ha encabezado la escuela de tae-kwondo de la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS) en Navolato, una población de menos de 30 mil habitantes, localizada a unos 25 minutos de Culiacán, la capital del estado.

De la playa a Serbia

La atleta es hiperactiva de nacimiento. Nunca está en paz. Ella le inyecta vida a la casa de los Acosta. Canta y baila todo el día. Es como un cascabel y no para de hablar. La sonrisa nunca se le va y no tiene empacho en besuquear y apapachar a su papá delante de todos. Le acaricia la cara y los cabellos.

Hace tres años, a esa niña se le secó el corazón. La tristeza se le metió como la humedad. El alma herrumbrada. Después de haber tenido un par de años extraordinarios en 2013 y 2014, en 2015 llegó la debacle. En el Campeonato Mundial de Chelyabinsk, Rusia, se quedó cerca de pelear por una medalla. Pensó: "No pasa nada". Pero luego perdió ante María del Rosario Espinoza las dos evaluaciones para Toronto. Otra vez se dijo: "No pasa nada". Y, entonces, la derrota y el adiós a Río 2016. Era el taekwondo en los tiempos de María del Rosario.

"Me costó trabajo no saber adaptarme a la derrota y encontrar motivación para pararme y decir: 'No importa, tengo otro objetivo'...

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