Pepe Mujica, a la vuelta de la esquina

AutorFabrizio Mejía Madrid

-Pericles construyó el Partenón para dar trabajos. El keynesianismo es mucho más antiguo que Keynes.

Es un viejo encorvado, duro, bajito -como los vascos- que tiene una voz -como la de los genoveses- que no necesita del micrófono. Cuando se apasiona, manotea sobre la mesa, te toca para captar toda tu atención y, tras terminar algún argumento en el que se mezclan filosofía, política y leperadas uruguayas, hace un gesto como "así son las cosas, qué le vamos a hacer". Es un hombre que ríe muy a menudo y que brilla desde sus ojos sumidos, que tiene un estuche para sus lentes, que tiene escrita en pluma una dedicatoria que comienza con las palabras "infinito cariño".

-Al lado de los numeritos del Producto Interno Bruto debería medirse la felicidad. Sólo así se sabría si la economía está sirviendo o no es más que matemáticas.

Su historia política es, por supuesto, la de América Latina. Me habla de quien considera su precursor, aunque fue un conservador del extinto Partido Colorado, José Battle y Ordóñez.

-En 1912 ese presidente hace del whisky un asunto estatal. ¿Para qué? Para que no lo bebamos adulterado, para financiar la construcción de la universidad para mujeres, y porque lo quería usar como combustible, en vez del petróleo. Si Uruguay no fuera tan pequeño, el mundo reconocería que es la cuna del Estado de Bienestar.

Me acuerdo, por supuesto, de lo que él mismo hizo con la regulación de la mariguana durante su gobierno. Es un agricultor de flores desde su infancia, al lado de Lucy Cordano, su madre que lo cría sola desde los ocho años; lo sigue siendo al lado de su compañera en la guerrilla tu-pamara, Lucía Topolansky. Entre Paso de Arena y Carmelo, en la frontera con Argentina, Pepe Mujica vende crisantemos, lilas, gladiolas, en un rancho pequeño que tiene una escuela de "agro-inteligencia", un vocho azul celeste que le regalaron los vecinos -uno de ellos, atento como su guardia personal, se sienta a mi lado en la terraza- y un perro de tres patas, que él mismo atropelló con un tractor.

Su relación con la tierra y sus habitantes es panteísta. No cree en Dios y, durante las horas juntos, me dice dos cosas complementarias: "He visto a los sacerdotes en los pueblos dar el buen morir y hay que darles crédito: no es fácil", y "Lasfake news siempre han existido, sólo que a las que pasan de mil años las llamamos religiones". Aforístico, desenfadado, genui-namente preocupado por lo que dejará a la siguiente generación, es un convencido de la...

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