La pérdida del prójimo

AutorJavier Sicilia

La idea de que Dios se hizo carne fue un profundo parteaguas histórico que nos dio el Evangelio y la noción de prójimo, sin la cual es imposible concebir a Occidente y sus instituciones de servicio. Ese prójimo, que ilustra la parábola del Buen Samaritano y que a lo largo de 2 mil años hemos asociado con todos los seres humanos, empieza a morir en nuestra percepción. El prójimo se ha vuelto una monstruosidad, una fuente de contagio, una amenaza de la que hay que protegerse mediante la distancia -que se califica extrañamente de "sana"-, y aditamentos de todo tipo. Desde los más simples y molestos (cubrebocas, mascarillas plásticas, goggles, guantes), hasta los más sofisticados, que comienzan a mirarse como bendiciones y desarrollarse cada vez más: Internet, Zoom, Facebook, WhatsApp... En ellos, los seres que amamos o de los que no podemos prescindir en nuestras relaciones laborales, comerciales o docentes aparecen ante nuestros ojos y oídos sanitizados, desprovistos de toda carne y transformados en una corporalidad de señales eléctricas: un extraño ectoplasma o una huella de voz o de escritura en la luminosa y extraña resurrección de una pantalla, impensable hace apenas 100 años.

Lo más terrible de esta era, de la cual los elementos que describo son sólo síntomas, es que debajo de esa nueva percepción, acompañada siempre de discursos humanitarios (vestigios del Evangelio), lo que en realidad vivimos es la muerte del prójimo. La era de mayor conciencia con respecto al ser humano coincide paradójicamente en los hechos con la era de mayor desprecio hacia él.

Reducida a cifras, gráficas y porcentajes, la muerte del prójimo carece de rostro y presencia carnal. Sus sufrimientos han dejado de escandalizarnos y dolernos. Son anécdotas que alimentan el sensacionalismo noticioso y el Estado minimiza. "Se ha detenido el crecimiento exponencial del delito de homicidio", dijo AMLO en su discurso del 1 de julio, mientras en Irapuato masacraban a 24 jóvenes en un albergue.

Hace menos de cuatro meses, la masacre de la familia LeBarón fue noticia; hace menos de un mes lo fue también el crimen de Alexander. Hoy poco los recuerdan. El crimen noticioso fue el atentado al secretario de Seguridad Ciudadana de la CDMX, Omar García Harfuch. Pero, ¿quién se acuerda de los escoltas que murieron en él y cuyos nombres la Fiscalía redujo a un tal Rafael O y Edgar

O?¿Quién de Gabriela Gómez Cervantes, la "baja colateral" del atentado, diría la impersonalidad...

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