"Cómo perdimos el rumbo..."

AutorDenise Dresser

Cuando se anunció la candidatura presidencial de José Antonio Meade, ciertos sectores del empresariado y las clases acomodadas de México estuvieron a punto de erigirle una estatua. Estuvieron a un paso de vitorealo, cargarlo en hombros, bautizar un parque con su nombre. El hombre decente, el católico comprometido, el padre de familia. Como escribió Bloomberg sobre él: "Meade es un producto raro en los altos eslabones del gobierno mexicano, un hombre con una reputación de honestidad". Tecnócrata, trabajador, poco pretencioso. Decente. Ese perfil de priista potable abría la posibilidad para ciertos grupos de votar por el PRI sin remordimiento. Lo harían con la conciencia tranquila, persignándose porque no avalaron a un corrupto.

Pensaron que al menos llegaría a Los Pinos alguien con las manos limpias, la casa modesta, el Prius pequeño. En la perspectiva de sus adeptos eso bastaría para hacerlo presidenciable. Es uno de nosotros, pensaron algunos oligarcas empresariales. Protegería nuestros intereses, argumentaron algunos inversionistas internacionales. No es un ladrón, insisistieron algunos miembros de la clase media. Nos salvará de Andrés Manuel López Obrador, clamaron los que temen el venezolamiento de México. Y a todos los que celebraron su elección idónea se les olvidó lo evidente, lo obvio, lo que debió descalificarlo de entrada, o llevar a cuestiona-mientos indispensables. José Antonio Meade es un priista.

No con credencial, no con militancia, no con cargos de elección popular vía ese partido, incluso fue secretario de Hacienda del panista Felipe Calderón. Es un priista de una forma más esencial, más fundacional. Su priismo es uno de porras, de lealtades, de genuflexión, de adn, de hacer lo que su presidente le pida aunque vaya en contra de su entrenamiento como economista y su buen juicio como hombre honorable. Bastaba con ver su cuenta de Twitter, leer sus declaraciones, examinar sus comparecencias, ver la lista de miembros del PRI que avaló y defendió. Ahí no estaba el hombre honesto, el hombre honorable. Ahí estaba el funcionario priista que ocultó las cifras del endeudamiento, que encubrió la discrecionali-dad presupuestaria de la SHCP, que no habló de las críticas de calificadoras, como Standard and Poors, que guardó silencio ante el despilfarro del gasto corriente, que encubrió los desvíos multimillonarios de recursos gubernamentales con motivos políticos y electorales, que se prestó a manipular cifras y datos para que la gestión de Peña Nieto pareciera mejor de lo que fue.

Por eso afirmó sin el menor rubor que "México le debe mucho al PRI (...) y su participación activa para evitar pérdidas importantes". En esa defensa ahistórica de su partido, Meade borró las heridas inflingidas por gobiernos priistas desde al menos 1976. El PRI culpable de crisis, creador de...

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