El perro

AutorFabrizio Mejía Madrid

Siento que los relatos más entrañables sobre el amor incondicional son sobre los perros. La descripción que hace Konrad Lorenz en Cuando el hombre encontró al perro (1950) del paseo que hace con su perra Susi para nadar en el Danubio, sólo es comparable en intimidad a la que escribe sobre el seguir escuchando sus pasos después de muerto. Los perros son, de muchas formas, la idea que tenemos de lo desprovisto de mala fe: aunque los veamos tratando de cazar un ratón, un pájaro, una ardilla, sabemos que no hay en esa acción ninguna apuesta hacia la maldad, que sólo es humana.

Lorenz, quien había estudiado la conducta animal para compararla con la humana mucho antes de recibir el Premio Nobel de Medicina, escribe: "La fidelidad de un perro es un don precioso que impone obligaciones morales no menos imperativas que las de una amistad con un ser humano. Me siento orgulloso de haberme arrojado al Danubio a 28 grados bajo cero para salvar a un perro, Bingo. Pero, ¿hasta dónde uno es igual de leal que un perro? El hecho de que un perro me quiera más que yo a él, me llena de vergüenza. El perro está siempre dispuesto a dar la vida por mí, a lanzarse, digamos, contra un león que me ataca, a sabiendas de que perderá la lucha. Me defenderá, aunque sea por unos segundos. Pero, ¿y yo?"

El perro en la cultura es casi lo contrario al dinero. Es único, no es intercambiable, no tiene realmente más utilidad que existir a nuestro lado. El libro más conmovedor de Virginia Woolf es la biografía del cocker spaniel de la poeta Elizabet Barret Browning, Flush. Es la historia del amor incondicional de un perro que prescinde de salir al mundo por cuidar de su enferma e inmóvil propietaria, que soporta el cambio de una alfombra en el encierro para vivir en las calles de Florencia donde nadie lo protege, a un secuestro.

Escribe Virginia Woolf: "Flush pertenecía a ese reducido número de cosas que no pueden reducirse jamás al dinero". Cuando lo secuestran, la poeta no cuenta con el dinero para recuperarlo. Al final, por supuesto, Flush siente que la muerte se acerca y camina hasta el lugar donde está la persona que más lo amó: junto a esa cama donde Elizabeth pasa un lápiz por las páginas de un cuaderno. Virginia Woolf se había basado en su propio perro, Pinka, para hacer esta novela insólita sobre una poeta feminista, enferma desde niña, el gran amor del poeta Robert Browning, adicta al opio, desde el punto de vista de su mascota.

La literatura se ha ocupado con regular...

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