Plaza México, Temporada 2019-2020. Banderillas negras en infortunado festejo

AutorLeonardo Paez

Habida cuenta de que el total de corridas será de 18, sorprende la manera con la cual la empresa de la Plaza México divide su anual Temporada Grande, desairado serial que en promedio recibe una asistencia menor a la cuarta parte del aforo del coso (42 mil localidades), situación que en 23 años de gestión no preocupó a los Alemán y tampoco a los Bailléres en los últimos tres años en ese mal fario que inmoviliza la tradición taurina mexicana. A los primeros 12 festejos los llama "primera parte" y al resto, "segunda parte".

La tauromaquia líquida, que diría Zygmunt Bauman, o el hecho de confundir lo natural con lo trivial, lo individual con lo vulgar y la autoestima con el entreguismo, se ha encargado, por lo menos durante las recientes cuatro décadas, de amabílizar el drama en los ruedos con la apuesta que empresas, apoderados y ganaderos hacen por la mansedumbre repetidora y prede-cible mientras el público encuentra una insospechada variedad de opciones para divertirse más que emocionarse.

Si a lo anterior se añaden las desalmadas combinaciones de toros y toreros en los carteles, la suerte del espectáculo en México parece estar echada por el monopolio de Bailléres y dos o tres empresas satélites sin ánimo de competir o con propuestas diferentes. La posmodernidad se cruzó con la negligencia.

Ureña, ¡qué torero!

El 8 de diciembre alternaron el francés Sebastián Castella, con 37 años de edad, 19 de alternativa y 40 corridas toreadas en 2019; el español Paco Ureña, con 37 años, 13 de matador y 29 tardes; el queretano Octavio García, El Payo, con 30 años, 11 de matador y 21 tardes, y el franco-yucateco André La-gravere Peniche El Galo, con 20 años, cuatro de novillero y 15 novilladas el año pasado, para estoquear reses de Xajay, propiedad de Javier Sordo, socio de Bailléres en la empresa Tauro Plaza México.

Ante un encierro anovillado, débil y claro, Castella -ya sin imán de taquilla- anduvo frío y oficioso a diferencia del murciano Paco Ureña, quien en septiembre de 2018 perdió el ojo izquierdo en Albacete al torear a la verónica a su segundo.

Sin memoria para el dolor, Ureña le plantó cara a su deslucido primero en una pundonorosa y mandona faena por ambos lados, cobró una estocada que hizo rodar sin puntilla y apenas fue llamado al tercio a agradecer la ovación. Con su segundo, otro soso, probón y con sentido, consiguió muletazos imposibles, metiendo al toro y al escaso público en su faena.

Falló con la espada, pero dejó clara la diferencia entre torear bonito y enorgullecer al aficionado con tamaña ética torera.

El Payo malogró una magnífica labor con su primero, corroboró la evolución de su sello y el poco filo de su espada. El Galo lo intentó todo, pero no le salió casi nada en una confirmación de alternativa tan precipitada como inexplicable. "Haces, pero no dices", le gritaron cuando se daba la vuelta por su cuenta tras despachar mal a su segundo.

El Begoñazo

El neotaurinismo ansia tanto la estética sin ética en una fiesta brava sin bravura que no sólo están acabando con la tradición, sino que apedrean su propio tejado.

El jueves siguiente se dio la Corrida Gua-dalupana, ahora con un encierro...

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