De Política y Cosas Peores/ Dios nos agarre confesados

A don Delfín, señor de mi ciudad, le vino angurria. Ese tremendo achaque consiste en dificultad para orinar. La micción se vuelve dolorosa; el angurriento sufre dolores acerbísimos, como de parto: siente que le salen por el tubo navajas de rasurar, carbones encendidos o alfileres. Eso sentía don Delfín cuando iba al mingitorio. Y para colmo no le salía nada; dos o tres gotillas a lo más, cada una de las cuales era un martirio peor que el de San Lorenzo en la parrilla. A causa de sus dolores, don Delfín se daba a todos los demonios. Maldecía con estentórea voz; sacaba de su pecho dicterios sonorosos que hacían temblar las paredes de la casa. Doña Lolita, su señora esposa, lo exhortaba a tener paciencia, santa virtud que deriva de una de las cuatro cardinales, la de fortaleza, siendo las otras tres justicia, prudencia y temperancia. Ella era mujer de muchas devociones y se llenaba de tribulación al oír las badomías de su marido. "No blasfemes, Delfín -lo amonestaba-. Te duele, es cierto, cuando vas al baño, y sufres; pero piensa en los acérrimos dolores y el infinito sufrimiento que padeció Nuestro Señor en su pasión y muerte divinal. Recuerda. Lo ataron a una columna y azotaron su sacrosanto cuerpo. Le pusieron una corona de espinas. Luego echaron sobre sus hombros una pesada cruz y lo hicieron llevarla por las calles entre los gritos y escarnios de la infame turba. Tres veces cayó en esa vía dolorosa, y tres veces lo levantaron los verdugos flagelando con látigos sus laceradas carnes. Después, ya en el Gólgota, lo clavaron de pies y manos a la cruz, y un cruel sayón taladró con acerada lanza su divinísimo costado...". "¡Sí! -la interrumpe don Delfín con rencorosa voz-. ¡Pero él podía mear!"... Sirva la anécdota para ilustrar un pensamiento: hay quienes, como Gabino Barrera, no entienden razones. Son tercos y tozudos. Como...

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