De política y cosas peores / Hermosa realidad

Doña Frigidia, ya se sabe, es la mujer más fría del planeta. En cierta ocasión fue a ver la película South Pacific (1958, con Mitzi Gaynor y Rossano Brazzi), y su sola presencia en la sala cinematográfica fue causa de que ese año se helara la cosecha de ananás en todas las islas de los Mares del Sur. Gélida es, en efecto, esa señora. Las raras, rarísimas veces que se presta al acto del amor -la última fue cuando la pelea Dempsey-Firpo, el 14 de septiembre de 1923-, lo hace con desgano, como quien cumple una molesta obligación. Don Frustracio, su marido, se queja mucho de la frialdad de su mujer. Pero una cosa ha de decirse en abono de la dama: gracias a ella ha descendido un grado Celsius la temperatura del planeta en el calentamiento global que padecemos. Incluso hay una iniciativa en la ONU para que se le declare "Benemérita Ecológica". Pues bien: hace unas noches don Frustracio se atrevió a solicitarle a su consorte el cumplimiento del débito conyugal prescrito tanto por el Código Civil como por la legislación canónica. Doña Frigidia, como es su costumbre, se negó. Adujo que ese día -el pasado 1o. de septiembre- se cumplían 300 años de la muerte de Luis XIV, rey de Francia, y que ella no estaba dispuesta a profanar esa luctuosa fecha con una acción carnal. Alegó tímidamente don Frustracio: "Pero, mujer: en todo el tiempo que llevamos de casados -y ya cumplimos nuestras bodas de rubí: 40 años- hemos hecho el amor sólo en tres ocasiones". "¿Y ya quieres otra vez? -exclamó doña Frigidia airadamente-. ¡Eres un maniático sexual!" Suspiró el sufrido esposo, y ya no dijo más. Esa noche se soñó a la orilla del mar haciendo el amor sobre la arena de la playa con Deborah Kerr. Fue aquel un sueño húmedo, y bastante, pues las olas llegaban hasta donde yacían los amantes y los envolvían con su sal y su espuma cariciosa. Sucedió, sin embargo, algo extraordinario, tanto que me resisto a relatarlo por temor a que mis cuatro lectores me tachen de demasiado imaginativo. Don Frustracio despertó de aquel hermoso sueño y se encontró cubierto de ovas y lamas, de algas marinas, de arena. Tenía una estrella de mar en la cabeza, a manera de corona, y entre las sábanas del lecho jugueteaba una pareja de caballitos de mar. Un pez espada yacía a su lado, inofensivo, y un delfín jabonado daba saltos sobre los muebles de la habitación. De esto hace varios días, como dije, y don Frustracio no acaba de salir de su estupefacción. Le contó el caso a su mujer y ella se...

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