En Estados Unidos, políticos ciegos, sordos, insensibles...

AutorJosé Gil Olmos

CHICAGO, ILLINOIS.- En el tramo final del recorrido por Estados Unidos, las víctimas de la guerra contra las drogas agrupadas en el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD) están más solas que de costumbre. La clase política de este país no las voltea ver, inmersa como está en preparar su elección presidencial de noviembre.

Por más puertas que han tocado en las últimas semanas en las entidades fronterizas del sur, incluidos algunos de los barrios peligrosos, nadie les hace caso; tampoco los medios de comunicación reparan en ellas. Aun así continúan su camino, que terminará en los próximos días en Washington.

Han recorrido ya más de 8 mil de los 9 mil 400 kilómetros previstos desde que salieron de San Diego. Tras visitar 27 ciudades, donde han expuesto sus casos a los lugareños e interactuado con ellos, sus rostros se ven cansados. En numerosas ocasiones no han podido dormir en sus improvisadas camas a ras de piso, en salones o gimnasios sin aire acondicionado ni baños para el aseo mínimo; algunas veces entre cucarachas, como en Los Ángeles.

A su paso, los caravanistas sólo han recibido el apoyo de iglesias cristianas, evangélicas, presbiterianas y metodistas, cuyos representantes les han dado albergue y comida. En El Paso y Chicago, la solidaridad ha sido notable. En ambas ciudades algunos feligreses compartieron sus casas con ellos, sobre todo con los ancianos.

"Debería de darle vergüenza a la jerarquía católica mexicana, que no nos ha apoyado", dice el poeta Javier Sicilia, al tiempo que agradece el apoyo de las iglesias y organizaciones como la Asociación Nacional de Gente de Color (NAACP, por sus siglas en inglés), Angélica, la Alianza Nacional de Comunidades de América Latina y el Caribe (NALACC), la hermandad Fellowship^ of Reconciliation, creada el siglo pasado, Ángeles de la Frontera y la agrupación de exmilitares y expolicías Law En-forcement Against Prohibition (LEAP).

Salvo eso, nadie más apoya a las víctimas que avanzan solitarias por las largas autopistas estadunidenses, insiste Sicilia. En el seno de la caravana comienzan incluso a manifestarse algunas diferencias, sobre todo entre quienes no han podido exponer sus historias, pese a que al principio los organizadores dijeron que habría foros para todos los participantes.

"Yo tengo el corazón roto por lo que veo y oigo, pero mejor ya no digo nada. No me vayan a regañar", dice entre dientes una anciana, madre de un militar desaparecido; otras están molestas porque, dicen, en la ciudad de Toledo, Pennsylvania, y en la Universidad Roosevelt...

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