Precarios, pero solidarios

AutorSaúl Gómez

Hace casi cuatro años, cuando empecé como repartidor de comida por aplicación en la Ciudad de México, me iba bien, pero con la pandemia muchas cosas cambiaron. Muchos de los que se quedaron sin empleo se refugiaron en las aplicaciones digitales porque, aunque tengas que pagar impuestos, es un método fácil de entrar y conseguir dinero.

Antes de la emergencia sanitaria, en el parque Alfonso Esparza Oteo, en la colonia Nápoles, alcaldía Benito Juárez, nos juntábamos de 12 a 15 repartidores a esperar pedido, pero ahora ¡ya somos 30! Y claro, nos han bajado las ganancias. De por sí es un trabajo precario y, en estas condiciones, empeora.

A mediados de marzo empezaron a bajar los pedidos de manera brutal. Hacíamos viajes largos, hasta de ocho kilómetros, para ganar 27 pesos. Para los que reparten en moto no les salía ni para la gasolina. Y para los de bici, ni para el refresco o una botelli-ta de agua alcanzaba. Nada.

Al principio la gente nos llamaba erróneamente "héroes", porque gracias a nosotros no salían de sus casas para comprar comida y les evitábamos los contagios. Pero los héroes son los doctores que se la rifan en los hospitales. Nosotros somos trabajadores.

Comenzamos a tomar medidas: usábamos el cubrebocas de tela que nos hacía la mamá o un paliacate, o los normales, cuando estaban baratos, de a 50 centavos. Empezamos a usar el gel antibacterial y agotamos las botellitas de a 30 pesos que vendían en tiendas y farmacias. Pero empezó el sobreprecio y fue imposible conseguirlas en menos de 150 pesos.

Las primeras empresas que se pusieron las pilas con los repartidores fueron Sin Delantal, Rappid y, al último, Didi. Nos regalaron kits de protección. Con ayuda del Instituto de Políticas para el Transporte y el Desarrollo y otras aplicaciones, como Uber Eats, nos reunimos para crear una guía de entrega y mejorar procedimientos y medidas sanitarias.

Mandamos mensajes como: "para evitar contagios, lo invitamos a recibir su pedido en la puerta principal de su domicilio. Así, te cuidas, me cuidas, nos cuidamos". Hubo clientes que sí lo entendían y así lo hacían, pero otros decían "¡No! ¿Qué te estás creyendo? Yo te pago y quiero que subas hasta la puerta de mi casa".

En los primeros días la gente nos regalaba comida. Pedían pizza y cuando llegábamos a entregarla, nos decían "¡quédatela!". Nos mandaban al supermercado por despensa y nos decían "cierra el pedido, es para ti". Algunos nos daban propinas de hasta 150 pesos. Hubo niños que rompían...

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