Procesar sonidos: un proceso que no cesa

AutorSamuel Máynez Champion

Dicho esto, la rememoración cronológica es pertinente como lo es, en primer término, el reconocimiento pleno de la distinción que va implícita en la pertenencia.

Al tiempo del golpe a Excélsior por parte de Luis Echeverría y sus testaferros, cursaba la secundaria y ya había decidido que iba a consagrar mi vida a la música, anhelando volverme un violinista prestigioso; es decir, vivía en pos de un sueño cuyos medios de cristalización me eran, en gran medida, ignotos. Sabía que habían de estudiarse muchas horas diarias, mas no estaba tan consciente de la importancia que tenía la enseñanza y la cordura familiar dentro del proceso. Tampoco estaba muy seguro de los precios que habían de pagarse por el simple hecho de aspirar a la excepcionalidad. Como quiera que fuere, mis progenitores no tenían problema coqueteando con la idea del hijo artista, al contrario, precisamente en esa época comenzaron a emerger las enfermizas ansias paternas por pretender que me transformara en aquel virtuoso imaginario que habría de darle lustre imperecedero a nuestro machacado nombre: Samuel Máynez (Prince) era mi abuelo, Samuel Máynez (Puente) se llamaba mi papá, y a mí me tocó en suerte el apellido materno Champion para distinguirme o, mejor dicho, para ser receptor de expectativas desproporcionadas. Me explico, subrayando la aberración: en familia se insistía en que yo tenía que ser el "campeón" de la estirpe, ya que mi padre había fungido meramente de "puente" con la descendencia del "príncipe"...

De manera que delirios, frustraciones y una elusiva búsqueda de sentido fueron los principales ingredientes de la dieta impuesta por el doctor Máynez Puente para su feudo familiar y, nótense ahora las causalidades: mi abuelo fue violinista -no el solista que se hubiera esperado de él, sino el empleado de orquesta con un sueldo raquítico- y mi padre estudió medicina, especializándose en nutriología; mas yace aquí lo interesante: decretó que su verdadera vocación había residido en otra parte, ya fuera cultivando la historia de México que lo arrebataba o me-tamorfoseándose en secuaz de Euterpe; sin embargo, esas directrices internas no las acató por complacer a su madre, quien vivió la ensoñación de tener a un médico ilustre como hijo.

Así las cosas, con una carrera ejercida sin pasión y con oquedades vocacionales enormes, mi padre creyó encontrar alivio en la escritura. Fueron primero artículos para la revista Jueves de Excélsior que dirigía Manuel Horta, aconteciendo de ahí el salto como edi-torialista del gran diario homónimo por invitación expresa de Julio Scherer García. Ignoro, empero, si la invitación surgió dada su figura de médico de cabecera de la familia Scherer-Ibarra o si fue a la inversa. De cualquier forma, sus textos eran plasmados con las incertidumbres propias de un escritor advenedizo.

No recuerdo haber leído alguno de los artículos paternos previos al nacimiento de Proceso, no obstante, era claro que lo agotaban y que habían sido ellos los causantes de su tabaquismo, cual conjura de sus...

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