Proceso y sus adentros

AutorJulio Scherer García

Proceso nació el 6 de noviembre de 1976, aún bajo el gobierno de Luis Echeverría. En la portada apareció mi nombre con el título de director general, una do-lorosa remembranza de Excélsior. La casa de Reforma 18 sí ameritaba el título. Editaba Excélsior dos periódicos, Últimas Noticias, primera y segunda edición; dos semanarios, Reuista de Revistas, Jueves de Excélsior; y un par de publicaciones sin relieve, Ja jó y Policía.

Nombrado director gerente de Proceso, Miguel Ángel Granados Chapa tomó el mando de la revista. En las reuniones previas a su aparición, dispuso el orden y la periodicidad con la que debían escribir los colaboradores. Además, redactaría el editorial de cada semana, un texto breve que daba cuenta de los puntos de vista de Proceso, en rigor el pensamiento de Granados Chapa. Miguel Ángel repetiría a lo largo de su vida que yo había contribuido a mi propio derrumbe. Afirmaba que no abrí los ojos ante Regino Díaz Redondo, periodista sin hechura y drogadicto, a pesar de las advertencias con que me pedía un cambio de actitud frente a los acontecimientos.

Sorprendido por la súbita y brutal corrupción que generó Echeverría al interior de la cooperativa, creo que no había tenido oportunidad para tomar algunas providencias. El espacio que me quedaba era reducido, minados en su responsabilidad los trabajadores de "Formación" y "Rotativas", y sin los cuales era impensable la aparición del diario. Un ejemplo de lo que narro está escrito en un texto del que me ocupo a propósito de Arturo Sánchez Medina. El líder de los obreros se había ahogado en la traición y a la traición había convocado a muchos.

Nunca quise discutir con Miguel Ángel los puntos de discordia entre ambos. En alguna medida le debía como periodista mi supervivencia y mi gratitud hacia él era patente. Además del respeto a su trabajo, dan cuenta los hechos. Por iniciativa nacida en Proceso, Miguel Ángel fue elevado a la dignidad ciudadana, Medalla Belisario Domínguez, el 8 de octubre del 2008.

Miguel Ángel renunció a Proceso ocho meses después de la fundación de la revista. Aún éramos débiles, sin un peso de ahorro, inciertos en cuanto a un alto nivel de los reporteros, algunos principiantes. El paso que daba me lo comunicó en horas de caminata alrededor de Fresas 13. Yo le pedí que no se fuera y él se mantuvo firme. Sin palabras explícitas, dejó en claro: éramos incompatibles. Él, MiguelÁngel, creía en la crítica que esclarece el punto central de la discusión política y los quehaceres de nuestro oficio. Yo creía en los hechos concretos, los que se huelen y se tocan. MiguelÁngel se sentía atraído por los pensadores, y yo, sobre todo, por los reporteros.

Años después del 8 de julio de 1976, con Los periodistas en las librerías, Vicente Leñero me contó de su ánimo en la asamblea. Pensaba que me había adelantado a los acontecimientos al ponerme de pie y anunciar el camino a la calle. Me dijo:

—Creo que te precipitaste. Tú nombre ya se coreaba en la asamblea. Debiste aguardar unos minutos.

Los sucesos que seguirían al golpe modificarían el punto de vista de Vicente. No podría olvidar su juicio:

—Frente a cualquier crítica adversa, sostendría que te habías mantenido en la línea correcta.

Vicente me llevó a la zona profunda de la amistad. Su crítica adversa, en momentos cruciales, habría terminado con lo poco que restaba de mí.

Permanecimos juntos un primer año, luego un segundo y en una larga etapa, veinte años. Vicente me decía que deseaba volver a su vocación en el teatro, los libros, la cultura, los talleres que impartía, su condición de profesor. Me obsequiaba parte de su tiempo esencial.

Vicente Leñero, Enrique Maza y yo renunciamos en noviembre de 1996 a los puestos directivos de la revista. En el futuro nos concentraríamos en el Consejo de Administración. Habíamos cumplido veinte años juntos y era tiempo para que las oportunidades del futuro se abrieran a una nueva generación. Además, cumplíamos una promesa entre nosotros: a los cuatro lustros en el semanario, iríamos en pos del azaroso encuentro personal con la vida.

El día de la despedida viví la amistad apasionada de mis compañeros y la honda tristeza que deparaba una nueva relación con ellos. En la fiesta estábamos todos los que deberíamos estar, entre ellos Gabriel García Márquez.

—Hoy no te beso —me dijo, en referencia al momento en que había sentido la levedad de su rostro en mi cara al minuto de la entrega en Monterrey del primer premio de Nuevo Periodismo, el 21 de octubre de 2000.

—Yo sí—le dije.

Estaba Susana, sin que la muerte se hubiera atrevido a tocarla, estaban mis hijos.

Días después de la fiesta, Vicente me dijo que no le preocupaba el futuro de Proceso tanto como los años inciertos que me esperaban. No me imaginaba lejos del periodismo, pendiente de los sucesos del tamaño que fueran.

—¿Qué vas a hacer? —me preguntaba.

—No sé —respondía.

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