Prohibido Del Paso

AutorFabrizio Mejía Madrid

-Primero escribes sobre tu ciudad; después de la ciudad que quisieras habitar; luego vienen las novelas históricas, y más tarde quizás una novela sobre el sexo.

En esa ocasión Amis contó una anécdota de la que me acordé ahora que Fernando del Paso murió. Dos años antes, en 2005, Amis fue a visitar a su maestro Saúl Bellow a la cama de hospital en la que agonizaba. En algún momento Amis tuvo este intercambio con Bellow:

-Al final, ¿qué es lo que crees más importante en la vida de un hombre? -preguntó el autor de Campos de Londres.

Bellow lo esquivó con la mirada fija en la ventana del cuarto y aseguró sin dudar: -la forma en que trató a sus mujeres.

No sé cuáles fueron las conversaciones de Fernando del Paso en la espera de su final. Él, que había hecho de la charla y la entrevista un arte mayor, como cuando registró sus intercambios con Juan José Arreóla, precisamente sobre el tema del olvido y la memoria. Supongo que habrá festejado la victoria de Andrés Manuel López Obrador a quien apoyó desde el desafuero como jefe de gobierno de la Ciudad de México.

Pienso en eso y creo que tampoco seré el primero que ha visto en las novelas de Del Paso la invasión de las voces como una democratización de las formas narrativas. Piénsese en Palinuro de México, esa novela sobre el estudiante de medicina en 1968 que lleva el nombre del barco que transportaba la llama olímpica. Acaba disertando a un cadáver atropellado por un tanque en la marcha del 27 de agosto y descubre que es su doble siniestro: su propio cuerpo que es sólo órganos. "Entre la mitología de la palabra bisturí y la resección de un estómago, había una distancia enorme", se dice que piensa él, narrado por alguien más, delante de su doble. Son los cuerpos en las calles prohibidas que salen sin convocatoria del Partido o del Sindicato Charro los que regresan en forma de cadáveres. Son "sueños" que se van cuando descansan en las planchas de los forenses. Han sido vomitados a las salas de los hospitales porque se ha establecido que no pertenecen al país, que no son digeribles, sólo excretables. Las voces del Palinuro convergen en lo horizontal de las planchas, sea la del Zócalo, sea la del forense. Es en la muerte en que, al final, pueden ser iguales. Al final de la novela, Palinuro renace sólo para atestiguar que, en la escalera de los testigos, él es "el que fracasa con mayor estrépito".

Pero si Palinuro es la idea de la muerte como derrota política definitiva de los iguales por extinción, en...

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