¿Dónde quedará la casta de los toreros?

AutorRodrigo Vera

TEXCOCO.- Como si arrastrara negros nubarrones, la reciente prohibición de la fiesta brava en Cataluña vino a ensombrecer el panorama taurino mexicano. Fue un duro revés para sus aficionados, ganaderos y empresarios que hoy ven surgir iniciativas para también prohibir en México el añejo arte de la lidia.

Y entre muchas otras, la familia del legendario matador texcocano Silverio Pérez estuvo al tanto de la última corrida celebrada en esa región española. Vieron con tristeza cómo el diestro José Tomás participaba en esa última tarde en la Monumental de Barcelona, el pasado 25 de septiembre.

-¡Qué duro para la fiesta! ¡Es terrible! -exclama Marcelo Pérez, uno de los hijos del Faraón de Texcoco.

Silverio chico, enfundado en ropa deportiva y con la misma cara alargada del padre, tampoco oculta su enojo:"

Son unos imbéciles quienes prohibieron las corridas en España. Están acabando con la fiesta brava y, por tanto, con una tradición de siglos que nos viene desde la época de los fenicios.

-Pero algunos aseguran que esa tradición está en decadencia, agonizando por sí sola.

-Tienen cierta razón, pues de todos depende mantener vivo el arte taurino. Por ejemplo, en México ya no hay grandes figuras del toreo que muevan a la afición. ¡No las hay! ¡Se acabaron! Pero a las figuras las hacen los empresarios. De modo que no hay figuras porque a los empresarios no les interesa hacerlas, así de simple.

-Es extraño oír hablar de un arte que puede morir.

-Sí, el toreo es un arte impresionante. Y para trascender, un torero necesita valor y arte, de lo contrario será un matarife cualquiera. Además, el toreo es un arte muy efímero; sólo dura el instante fugaz de una faena.

-¿En realidad la memoria puede preservarlo?

-Claro, y por muchos años. El 31 de enero de 1943 mi padre hizo una faena memorable con el toro Tanguito, al grado de que el público lo obligó a dar seis vueltas al ruedo, algo nunca visto. Cincuenta años después, en 1993, en la Plaza México se le rindió un homenaje por aquella faena. Es increíble cómo el recuerdo logra conservar esos momentos tan fugaces. Cierro los ojos y vuelvo a disfrutar faenas que presencié hace 15 o 20 años.

Los recuerdos

La familia de Silverio Pérez es memoriosa. Sus cinco hijos -Marcelo, Silverio, Silvia, Consuelo y Ana Laura- atesoran en la memoria muchos recuerdos del padre, que van desde su niñez y juventud, su gloriosa época de torero (de 1931 a 1953), hasta la larga etapa posterior en la que Silverio se vino a vivir a La Granja, enorme finca campestre en la que se dedicó a criar ganado lechero y donde murió en 2006.

Hoy remozada, la finca sigue siendo el principal centro de reunión de la familia. Y para que el tiempo no borre tan fácil la memoria del padre, los hijos de Silverio abrie-ron ahí un museo donde exhiben algunos de sus trajes de luces, capotes, monteras, muletas y otros implementos taurinos.

Para ir a La Granja, Silvia, la hija de Silverio, citó al reportero y al fotógrafo en la casa de la Ciudad de México donde vivía el matador en sus gloriosos años de torero, una casa ubicada en la calle Rébsamen de la colonia Del Valle.

¡Qué años aquellos! -recuerda Silvia antes de subir al automóvil, mirando el porche de la casa- De aquí veía salir a mi padre vestido de luces y acompañado por su cuadrilla. La gente se juntaba en la calle para aplaudirlo. Pero yo sabía muy bien del horrible miedo que...

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